La sombrilla, hecha con hojas de palmera, apunta directamente al cielo. El mar, impetuoso, llega hasta ella humedeciendo el mástil que la mantiene.
Mi mirada, traspasando los cristales manchados de gotas de lluvia y barro, sueña un barco en el horizonte, ese que nos transportaría por recovecos y calas maravillosas.
No estás aquí pero te adivino con los ojos entornados, ausente, sumido en tus pensamientos.
No estás aquí pero puedo sentirte y tu piel cálida y la mía, fría de ausencia, se funden y se templan.
Tu cuerpo material no está, pero me invade tu esencia.
La sombrilla, desvaída por el sol y ajada por el viento, resiste, como yo, la soledad del invierno.
Acumulaciones de Posidonia se extienden sobre la arena, cubriéndola, protegiéndola y como tu cuerpo sobre el mío, se cimbrean. Igual que nosotros, resisten el envite de las horas.
¿Me quieres? te pregunto con la miel en los labios. Asientes, porque me quieres y porque preguntando, he contestado a tu pregunta muda.