La princesita se quedó dormida. En su rostro quedó las huella de la felicidad. Todo era bondad y dicha en su él. Sus ojos enormes dieron paso a una larga linea rodeada de espesas y largas pestañas. Su nariz pequeña y chatita aleteaba silenciosa dejando pasar el aire de sus recién estrenados pulmones. Su boca carnosa y sin frunces conservaba aún la forma del lactante. Sus manos, una sobre otra y ambas sobre el biberón delataban su despreocupación y su calma, su confianza, su luz.
Dormida la princesita, aún no tenía historias que entretejer, si acaso soñaría con los brazos amantes que la arrullaban cada día y cada noche, si acaso soñando, balbucearía el nombre de mamá y de papá, aunque aún no los supiera.
Dormida la princesita, aún no tenía historias que entretejer, si acaso soñaría con los brazos amantes que la arrullaban cada día y cada noche, si acaso soñando, balbucearía el nombre de mamá y de papá, aunque aún no los supiera.