Del mes de abril un día, un día señalado en mil agendas y calendarios, un festivo en cientos de localidades pero sobre todo un festivo en el corazón que se viste de gala y enrojece su sangre, empeñado en la tarea de llenar de vida la piel. Un corazón que hoy no late con el sonido habitual porque en este tiempo ha ensayado un canto nuevo a ritmo de saxofón y flauta travesera.
Del día de abril una hora, no una hora cualquiera, la hora en la que el oído está atento y los ojos se mueven buscando un sonido, el que el corazón ensayó durante tantos días, una hora bella como ninguna, susurrante y cálida, armoniosa y tranquila, brillante y sensual, dulce y risueña.
De la hora, un minuto, el minuto anhelado en el que todo está dispuesto para la ceremonia. El minuto más bello que jamás existió, el que llega acompañado del toque de una sirena estrepitosa que se camufla en el sonido del eco que produce un nombre repetido y ampliado en el cerebro, tu nombre, rotundo y sonoro, tu nombre, alrededor del que giro y revoloteo al compás de las notas del saxofón que en el aire se entrelazan con los de la flauta travesera, igual que mi boca y tu boca se enredan, como trepan nuestras manos y se encuentran, pulsando palmo a palmo la piel, pulsándola y sintiendo el fluir de la sangre roja y clara que recorre cada pliegue.
En un suspiro de aliento entrecortado, mientras pronuncio tu nombre, en verso o en prosa, mientras me aferro a tu abrazo para que no acabe el minuto, ni la hora, ni el día de abril, llega el segundo, un segundo fugaz y eterno que da paso a un beso, un beso con posibilidades infinitas, un beso que cabe en otro beso, que se ríe y escucha, que recorre y estremece, un beso en el que se dibujan dos palabras con el cálido aliento de nuestros cuerpos a la vez que suenan como un trueno, rotundas, electrizando el aire de primavera. Entre risas vamos desprendiéndonos suavemente, sabiendo que en cada segundo se repetirá la estridencia del amor y el silencio de los besos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario