Que no hubiese dado aquellos días por devolver la sonrisa a tus ojos y la vitalidad a tu cuerpo postrado en aquella cama hospitalaria que tan poco te gustaba. Han pasado tantos años ya y aún siento el sabor de la derrota que sufrí aquella mañana en el ascensor. cuando el doctor de ojos verdes y pelo castaño decidió por fin hacerme partícipe del cruel veredicto. Cómo volver a entrar en el cuarto donde te hallabas postrada y fingir que nada ocurría cuando las lágrimas se agolpaban y empujaban entre ellas queriendo producir un desbordamiento en mi rostro contrariado, acongojado, enfadado e impotente. Mal que bien llegué hasta ti y disimule cuanto pude, habría que preguntarte a ti ¿dónde estás? si percibiste el nerviosismo en mis manos y en mi piel que, colapsada, transpiraba a ritmo vertiginoso.
Hubo muchos momentos de serenarnos una al lado de la otra, mucha complicidad en el silencio y mucha risa en las palabras.
Fue fatal descubrir una mañana que en la noche solitaria, habías perdido el equilibrio. Tu cara cuajada de moratones y tu extrema delgadez te hacían parecer una sombra vagando por los pasillos de aquel lugar del que querías escapar a toda costa.
Qué descontenta y decepcionada estabas con el comportamiento de tus hijos, tu corazón no podía comprender cómo después de una vida de volcarte en ellos, de vivir para ellos, de anularte, de cansarte hasta la extenuación, no podías comprender, decía, que ellos no tuvieran unos pocos minutos para decirte que te querían.
No eres una mujer acaparadora, no hacía falta pasar la tarde entera contigo. Una caricia, un beso, una palabra, un minuto al lado de tu cama hubiesen sido suficientes, pero por desgracia las cosas no suceden como uno desea y cada día que pasaba en aquel cuarto era un día de condena para ti, un día más para perder el ánimo, para no comer bien, para no encontrar el lado positivo por más que nos empeñáramos tu y yo en planificar los días venideros.
Tu tan vital y risueña, tan trabajadora y servicial, tan prudente. Tú la de labios carnosos y ojos verde grisaceos, la del pelo gris, lacio y en melena corta. Tú la de los vestidos floridos y las pantorrillas gruesas. Tú Reyes, me proporcionaste momentos inolvidables. Cuánto nos reímos juntas, qué bien nos entendíamos, cuántas confidencias compartimos, cómo me gustaba coger tu mano en los días de enfermedad y transmitirte con ella, un poco de esperanza.
Ojala alguna vez lo consiguiera porque el día en que los calmantes fueron tantos que abandonaste la coherencia , ese día y aunque tus constantes vitales funcionaran aún, tu ya habías muerto porque eras como un pájaro y amabas la vida, para ese momento tan triste ya te habías liberado de las fuertes cadenas que te postraron en la cama, las cadenas de la enfermedad.
Hoy puedo ver que has conseguido tu objetivo, ser libre, lo sé porque porque estás viva en mi pensamiento.
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