Qué misteriosa razón es la que a veces me lleva a otros momentos de mi vida; sin quererlo, las imágenes se van sucediendo una tras otra. Una acción, un hecho me conduce a otro, por asociación; así, de este modo tan traicionero mi vida se retrata en un sinfín de diapositivas y en función del estado de ánimo del momento todo me parece absolutamente bello o, para mi mal, me da la sensación de que nunca hice nada bien.
Ah, que bien queda decir: no me arrepiento de nada de lo que he hecho... sin embargo, cuando me quedo a solas, en silencio, gastando la mínima energía, ovillada sobre mi misma, esa vida que he tenido desde que me parieron, bueno no, desde que dejé de ser una persona inocente, si es que algún día lo fui, desde entonces, decía, seguro que de algo, de algo, tengo que arrepentirme, aunque sólo sea porque quizá mis acciones han dañado a otros.
Una decisión, por mínima e insignificante que parezca, va tejiendo el hilo conductor de cada vida, una decisión, da igual que pueda parecer grande o pequeña, fácil o difícil, marca el sendero a fuego, luego sólo quedan cenizas y es imposible retroceder.
No, que no quiero retroceder, que no es eso, pero... ¿y si he hecho daño a alguien en el camino? ¿y si no me ha dado cuenta deque bajo mi caminar impetuoso había florecillas a las que pisé?
Me preguntó si es inevitable.
Me respondo: es inevitable.
Quiero vivir haciendo el menor daño posible a los seres que habitan donde habito. Quiero caminar mirando donde piso, para que ni la que me pudiera parecer la más insignificante brizna, sea pisada por mi cuando, irremediablemente, tenga que seguir tejiendo mis hilos de vida.
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