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lunes, 23 de abril de 2012

LA PROFESORA DE FRANCÉS

Mi hermana me inició en la lengua francesa en las tardes de verano. A toda costa, ella como nadie, amante de su profesión quería enseñarnos, aunque sólo fuera, que había otras lenguas a parte de la nuestra y que al verlas escritas no podríamos entender, a menos que ella nos lo explicara, que su sonido no tuviera mucho que ver con lo que las silabas unidas nos inspiraban. ¡Qué bien nos vinieron aquellos primeros conocimientos!
Una vez metidos en faena pasaron varios profesores por nuestras afrancesadas horas: El melancólico Don Julián, con su barba descuidada. La profesora Rosa con su insolencia y sus bellos ojos, con la que leímos El Principito en versión original y con la que discutíamos en francés.
De la que mejores recuerdos tengo es de Mari Ángeles, una chica gallega que nos iluminó el curso y con la que lo aprendimos casi todo en la lengua vecina. Se sumó a su enseñanza el hecho de que le daba también clase a unos chicos que acabábamos de conocer en el Instituto Santa Eulalia. Cuando llegaron los días finales del curso, nos sentimos desolados al pensar que ya no la veríamos, como suele ocurrir con los docentes, le habían dado traslado. Para celebrar que nos habíamos conocido nos enseñó a hacer queimada  y charlamos y reímos como iguales. Prometimos no perder nunca el contacto pero como suele ocurrir, lo urgente no deja tiempo para lo importante.
Hoy, casualmente llegué a una página que la nombraba, me he puesto tan contenta y han venido a mi tantos recuerdos que he venido hasta aquí para expresarle mi agradecimiento más sincero, porque nos enseñó cultura y vida.

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