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domingo, 3 de febrero de 2013

SIN SU PRINCESA

No seria justo no decir que esos hombres, los maridos de las del treinta y tantos, fueron educados para ser guía y salvaguarda de su familia. Que toda la responsabilidad económica recaía sobre sus cabezas y que en ella no podían caber muchas cosas que no fueran trabajo, para sacarlos adelante.
Qué triste para ellos vivir día tras día pegados al yugo cansino y mortífero de un trabajo que, por lo general, no elegían. Allí donde lo hubiese, allí donde se pudiera sacar un poco de dinero más con unas horas extra, allí es donde había que estar.
Al llegar a casa, su cuerpo exhausto y su pensamiento alienado, pedían descanso y pocas quejas.
¡Qué pena no expresarlo en voz alta! ¡Qué pena no sentirse entendido!
Si acaso un domingo para descansar
¡Qué poco tiempo para compartir! ¡Qué poco tiempo para convivir!
...y llegó la hecatombe... y se rompió el cuento.


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