Ella no quiere ser una viejita que se sienta en una silla para mirar a un lado y otro. No quiere que al mirar, la tela que crece en sus ojos no la deje ver la vida en colores. No quiere que el dolor en sus manos le impida atrapar las cazuelas más pesadas. No quiere dejar de subir con el baño de la ropa a la azotea y contemplar desde allí la inmensidad del cielo.
Ellos quieren morirse en silencio, sin aspavientos, ni llantinas. Quieren pasar desapercibidos, humildes y generosos, como siempre fueron.
Él abomina que le digan lo que debe y no debe hacer. Quiere tener sus manos ocupadas y desocupar su mente en la tarde, mientras deja que las notas de una canción de ayer, se acomoden en su corazón meciéndolo. Quiere caminar contra el frío y la lluvia, contra el dolor y la edad. Quiere vibrar cada día con los árboles y las flores. Quiere seguir bebiendo del sol y no saciarse nunca.
Ellos quieren morirse en silencio, sin aspavientos, ni llantinas. Quieren pasar desapercibidos, humildes y generosos, como siempre fueron.
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