Lo
malo es que siempre quiso ser un caballero, pero no uno de su tiempo, lo que
quería era ser uno de armadura en pecho y a ser posible, de lanza y equino. Llevaba tan dentro el sentimiento que se
convirtió en la persona más solitaria de su entorno.
De
haber tenido la ocasión, habría lanzado una bala incendiada contra el
adversario desconocido, desde aquel
castillo semiderruido al que se empeñaba en subir cada día por el lado
más abrupto de la ladera.
Un
día en que su vida le pareció un sinsentido, cansado ya de hacer esfuerzos, decidió bajar por el camino más fácil y en el
trayecto se cruzó con unos ojos inmensos, en un rostro armonioso. Pensó que sería bonito gozar del descanso del
guerrero al lado de tan agraciada dama.
Hizo
un intento de acercarse pero la mujer pasó de largo ignorándolo por completo.
Ella
subía cada día para ver si desde la atalaya de aquel ruinoso castillo, divisaba
al príncipe que siempre creyó merecer.
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