Caminas delante de mi, con tu jersey rojo y tus zapatos de suela desgastada.
Tu pelo, de largo inusual, me trajo al recuerdo la niña que fuiste y te vi corretear por el campo, en tu pinar, sonriente, ignorante de lo que a tu alrededor sucedía.
Giras la cabeza para mirarme y te sonrío. Al otro lado del teléfono una voz te sonríe también y alzas tu mano en señal de complicidad.
Te sientas en un banco y me esperas mirando al río insondable, que viste un luminoso traje vespertino.
Te miro y aunque no hablo ahora contigo, tu siempre sabes lo que te digo, siempre lo has sabido.
Eres igual que yo, me dices luego y rememoras tu noviazgo y sus detalles, y se te incendian los ojos de luz.
No hace falta mirar muy atrás ni muy adentro para sentir como te sientes.
En el camino de vuelta damos gracias al unísono, mientras vamos saludando a la noche que comienza.
Tu pelo, de largo inusual, me trajo al recuerdo la niña que fuiste y te vi corretear por el campo, en tu pinar, sonriente, ignorante de lo que a tu alrededor sucedía.
Giras la cabeza para mirarme y te sonrío. Al otro lado del teléfono una voz te sonríe también y alzas tu mano en señal de complicidad.
Te sientas en un banco y me esperas mirando al río insondable, que viste un luminoso traje vespertino.
Te miro y aunque no hablo ahora contigo, tu siempre sabes lo que te digo, siempre lo has sabido.
Eres igual que yo, me dices luego y rememoras tu noviazgo y sus detalles, y se te incendian los ojos de luz.
No hace falta mirar muy atrás ni muy adentro para sentir como te sientes.
En el camino de vuelta damos gracias al unísono, mientras vamos saludando a la noche que comienza.
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