En cuanto la vio supo que la quería.
Fue a aquella casa por casualidad, alguien le dijo que allí hacían arreglos de costura y trajes de todo tipo.
La señora María le abrió la puerta, su pechera estaba llena de agujas enhebradas con hilos de distinto color, en su dedo anular un dedal, sus gafas colgando de un cordón de plata y el pelo recogido en un rosco grisáceo.
Cuando la hizo pasar al interior para tomarle medidas fue cuando la vio: una gran mesa de madera de cerezo y patas macizas. Estaba al fondo de la estancia, cerca de una cocina de leña. Sobre ella una quesera, un frutero de mimbre repleto de sabores, una buena alcuza que destilaba oro verde...y pan, redondo, compacto.
La señora María se percató de su mirada extraviada en aquel rincón de su hogar.
La heredé de mi madre, dijo, y ella de la suya, así durante muchas generaciones, y entretanto se había acercado a ella y con el pico de su falda le sacaba brillo a una esquina.
Mientras le tomaba medidas para hacerle el vestido de novia, Eva pensaba que si acercaba su oído a aquella mesa podría escuchar las risas de todos los antepasados de la modista. Cuando volvió a mirar a la mujer y por la sonrisa de su rostro supo que había adivinado su pensamiento.
Quiero una igual, dijo bajito.
Igual no podrás tenerla hija porque no es la madera, ni la forma, ni lo que hay sobre ella. Son las vivencias las que la han convertido en protagonista. No hay persona que la mire y no se deje seducir por ella. A su alrededor se han estrechado muchas manos y se han lanzado muchos besos. Por debajo, se han rozado muchos pies y se han recogido muchos tesoros perdidos. Con ella como testigo, se han mantenido muchas conversaciones más y menos amables. Se ha mojado con lágrimas y se ha secado con risas.
Después, cogiendo una tira de tela de seda del color del arcoiris, la señora María la enrolló en el pelo de Eva sujetándolo a su nuca. Estarás preciosa con tu traje de novia, le dijo, mientras medía el contorno de su cuello y de sus hombros con el metro.
Cuando el trabajo de campo hubo terminado, la señora María cerró la libreta y la guardó en un cajón de su fabulosa mesa. Invitó a Eva a sentarse con ella y mientras preparaba un café le contaba sucesos acaecidos ahí, en ese mismo lugar en el que se encontraban. Los que tantas otras veces contaba porque eran las únicos que recordaba.
A Eva le gustaba mirar los posos del café, le habían dicho que contaban verdades. Le pareció que la borra formaba una M que se pegaba al fondo de su taza. Siendo como era un poco supersticiosa, en otra circunstancia hubiera pensado en la palabra MUERTE, pero esta vez solo cabía una : MESA.
Fue a aquella casa por casualidad, alguien le dijo que allí hacían arreglos de costura y trajes de todo tipo.
La señora María le abrió la puerta, su pechera estaba llena de agujas enhebradas con hilos de distinto color, en su dedo anular un dedal, sus gafas colgando de un cordón de plata y el pelo recogido en un rosco grisáceo.
Cuando la hizo pasar al interior para tomarle medidas fue cuando la vio: una gran mesa de madera de cerezo y patas macizas. Estaba al fondo de la estancia, cerca de una cocina de leña. Sobre ella una quesera, un frutero de mimbre repleto de sabores, una buena alcuza que destilaba oro verde...y pan, redondo, compacto.
La señora María se percató de su mirada extraviada en aquel rincón de su hogar.
La heredé de mi madre, dijo, y ella de la suya, así durante muchas generaciones, y entretanto se había acercado a ella y con el pico de su falda le sacaba brillo a una esquina.
Mientras le tomaba medidas para hacerle el vestido de novia, Eva pensaba que si acercaba su oído a aquella mesa podría escuchar las risas de todos los antepasados de la modista. Cuando volvió a mirar a la mujer y por la sonrisa de su rostro supo que había adivinado su pensamiento.
Quiero una igual, dijo bajito.
Igual no podrás tenerla hija porque no es la madera, ni la forma, ni lo que hay sobre ella. Son las vivencias las que la han convertido en protagonista. No hay persona que la mire y no se deje seducir por ella. A su alrededor se han estrechado muchas manos y se han lanzado muchos besos. Por debajo, se han rozado muchos pies y se han recogido muchos tesoros perdidos. Con ella como testigo, se han mantenido muchas conversaciones más y menos amables. Se ha mojado con lágrimas y se ha secado con risas.
Después, cogiendo una tira de tela de seda del color del arcoiris, la señora María la enrolló en el pelo de Eva sujetándolo a su nuca. Estarás preciosa con tu traje de novia, le dijo, mientras medía el contorno de su cuello y de sus hombros con el metro.
Cuando el trabajo de campo hubo terminado, la señora María cerró la libreta y la guardó en un cajón de su fabulosa mesa. Invitó a Eva a sentarse con ella y mientras preparaba un café le contaba sucesos acaecidos ahí, en ese mismo lugar en el que se encontraban. Los que tantas otras veces contaba porque eran las únicos que recordaba.
A Eva le gustaba mirar los posos del café, le habían dicho que contaban verdades. Le pareció que la borra formaba una M que se pegaba al fondo de su taza. Siendo como era un poco supersticiosa, en otra circunstancia hubiera pensado en la palabra MUERTE, pero esta vez solo cabía una : MESA.
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