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jueves, 24 de octubre de 2013

DIAGNÓSTICO

No le gustó nada aquella estación de autobús, siendo igual que todas. Muchas veces antes estuvo en otras y no le parecieron tan horribles y desangeladas. Había algo en aquel lugar, algo inquietante. Le parecía que todo el mundo reparaba en ella. Sentía la mirada incisiva de todos los viajeros sobre su piel. Quizá fuera porque tenía que permanecer horas interminables en ella, esperando al siguiente autobús. Para el anterior nunca llegaba a tiempo y no es porque no corriera, corría mucho, últimamente siempre corría. En las calles, en la casa, en el trabajo. No había nada que la hiciera parar, nada que propiciara la calma. Ruidos de todos los lugares se habían instalado en su cerebro y escuchaba su nombre con sonido envolvente y amplificado. Su nombre el que rezaba en la partida de nacimiento, su nombre coloquial, el diminutivo de su nombre y hasta el sobrenombre, pronunciados en distintos tonos y con distintas frecuencias. Entre llantos, sobre risas, con exigencia, con desesperación, con impaciencia... su nombre... el ruido...la estación.
El médico dijo que tenía un cuadro de ansiedad importante pero no grave y que en ningún caso firmaría una baja así que podía, sin problema, seguir haciendo su vida normal.
Ese hombre no sabía de lo que hablaba, ojalá sus palabras se le atravesaran en la garganta, pensó mientras en la estación evitaba la mirada de un anciano que se sentó frente a ella, ojalá la justicia divina interrogase a ese hombre sobre su veredicto para con ella, ojalá un día alguien le hiciese ver el sinsentido de la frase: hacer una vida normal, que con tanta autoridad pronunció en su consulta.
Cogió un periódico y lo abrió por un lugar cualquiera. Posó sus ojos sobre una palabra cualquiera y allí se detuvo. Eternamente detenida en aquella palabra, vio pasar su vida por delante, entremezclándose con los titulares y los pie de foto, por un momento bajo la guardia y sintió un cierto alivio al pensar que solo faltaba media hora para que su autobús llegara y una hora y media más para llegar a su casa. Le reconfortó pensar en una manta de pelo suave sobre la cama. Una manta sobre la que cerrar los ojos y perderse por un tiempo, como un oso hibernante.

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