Ha pasado el tren de las diez y diez, antes paso el de las siete y diez y aún antes el de las tres y diez.
Los miro desde la casa y me pregunto quién irá dentro. Te miro y te hago esa pregunta. Te encojes de hombros. ¡Quién sabe!
Personas anónimas y cansadas después de un duro día de trabajo, regresan al hogar.
Personas que al introducir la llave en la cerradura, exhaustas y acaloradas, encontrarán distintas situaciones:
Un hombre de mediana edad, por ejemplo, que, arrastrando los pies llega hasta la cocina y la encuentra vacía de alimentos y de vida. Los alimentos pueden comprarse pero las vidas no y su soledad se hace aún más insoportable cuando se da cuenta de que el tiempo pasa como un cometa pero a diferencia de éste, ni siquiera el destello deja.
Una señora que duda si abrir la puerta porque escucha un griterío de niños tras ella y está rendida. Una abuela despeinada y ajada la espera con impaciencia. Esto ya no es para ella, ya crió a sus hijos, no soporta tener que criar a sus nietos y aunque no lo dice, aunque calla siempre, el dolor de su garganta es una manifestación evidente de su impotencia.
Un hombre que parece optimista y que no necesita utilizar la llave para entrar porque su compañera lo espera cada día en el balcón con los ojos llenos de chispas. Se lanza a su cuello y lo besa repetidas veces mientras él no sabe si quitarse el uniforme de trabajo primero o seguirla en sus besos ya que desea las dos cosas con igual fuerza.
El maquinista no se baja en esta estación, aún le queda un tramo largo para llegar a su destino. Desde su ventanilla observa a una mujer en un jardín que se pone la mano de visera para que la luz del sol no le impida ver el tren de mediodía. Un hombre se acerca a ella y apartando su cabello la besa en el cuello.
El maquinista desea más que ningún día llegar a su casa para besar con la misma pasión a su mujer y entonces recuerda que ella no está. Se fue un día de otoño. Todo estaba intacto en la casa. En el armario, sustituyendo su ropa quedó un papel doblado que no era una
despedida. La lista de la compra no hizo más que agravar su sufrimiento al recordar el día que compraron juntos el jersey que esta tarde llevaba puesto.
Los miro desde la casa y me pregunto quién irá dentro. Te miro y te hago esa pregunta. Te encojes de hombros. ¡Quién sabe!
Personas anónimas y cansadas después de un duro día de trabajo, regresan al hogar.
Personas que al introducir la llave en la cerradura, exhaustas y acaloradas, encontrarán distintas situaciones:
Un hombre de mediana edad, por ejemplo, que, arrastrando los pies llega hasta la cocina y la encuentra vacía de alimentos y de vida. Los alimentos pueden comprarse pero las vidas no y su soledad se hace aún más insoportable cuando se da cuenta de que el tiempo pasa como un cometa pero a diferencia de éste, ni siquiera el destello deja.
Una señora que duda si abrir la puerta porque escucha un griterío de niños tras ella y está rendida. Una abuela despeinada y ajada la espera con impaciencia. Esto ya no es para ella, ya crió a sus hijos, no soporta tener que criar a sus nietos y aunque no lo dice, aunque calla siempre, el dolor de su garganta es una manifestación evidente de su impotencia.
Un hombre que parece optimista y que no necesita utilizar la llave para entrar porque su compañera lo espera cada día en el balcón con los ojos llenos de chispas. Se lanza a su cuello y lo besa repetidas veces mientras él no sabe si quitarse el uniforme de trabajo primero o seguirla en sus besos ya que desea las dos cosas con igual fuerza.
El maquinista no se baja en esta estación, aún le queda un tramo largo para llegar a su destino. Desde su ventanilla observa a una mujer en un jardín que se pone la mano de visera para que la luz del sol no le impida ver el tren de mediodía. Un hombre se acerca a ella y apartando su cabello la besa en el cuello.
El maquinista desea más que ningún día llegar a su casa para besar con la misma pasión a su mujer y entonces recuerda que ella no está. Se fue un día de otoño. Todo estaba intacto en la casa. En el armario, sustituyendo su ropa quedó un papel doblado que no era una
despedida. La lista de la compra no hizo más que agravar su sufrimiento al recordar el día que compraron juntos el jersey que esta tarde llevaba puesto.
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