Me pidió un poema y yo solo pude darle a cambio mi silencio. Sentada en
un sofá tan desgastado como mi piel, miré por la ventana la juventud de los
pájaros.
Su vuelo me llevó a mi pueblo, al
lugar donde mi madre guisa mientras yo caliento mis manos a la lumbre.
Ojalá padre llegue pronto y me acoja entre sus brazos hasta la hora de
la cena.
El reloj de pared señala una hora que no acierto a ver pero sus
manecillas impertinentes me recuerdan que es muy tarde.
Quiero huir del sillón y de los pensamientos que me atan al pasado. Quiero
ser ágil y que mi risa suene como antaño.
En un suspiro extenso y cansado, me elevo.
Estoy en el parque de mi infancia. Sentada sobre el columpio de hierro canto
una canción que apenas recuerdo y, sin embargo, su letra brota de mis labios
sin equívocos.
Ahí estáis, sois las hojas de
ese árbol en flor. Sois las nubes en el azul grisáceo, sois las gotas de esta
fina lluvia que me cala.
Ahí estáis, no estéis tristes, que soy de nuevo la niña.
Padre, ven y hazme cosquillas
con tu bigote.
Madre, arrúllame en tus brazos y no dejes que me vaya.
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Un saludo
Gracias. Estuve por allí un tiempo. Luego dejé de ir. No es que no vuelva porque ne he olvidado, es que perdí el camino de regreso.
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