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lunes, 12 de mayo de 2014

RECEPTORES SENSORIALES

Cada día se desviaba del camino y nunca llegaba a la escuela, prefería sentarse a esperar bajo un árbol y extraer con su navaja, figuras de las ramas caídas.
El primer día que llegó a aquel río, no imaginaba ni por un momento la sorpresa que le esperaba. El sonido de unas risas cantarinas lo puso alerta, no sabía a qué venía tanta algarabía. Se tiró al suelo como un estratega, para ver sin ser visto.
Diez o doce mujeres jóvenes que portaban grandes cestos de mimbre se pararon a poca distancia de donde el chico permanecía inmóvil.
Las camisas de un blanco reluciente arremangadas hasta los codos, las faldas recogidas, dejando a la vista los muslos prietos, tostados.
Sus brazos en un vaivén rítmico provocando el cimbrear insinuante de sus pechos y las sábanas, arrastradas por la corriente fluvial, pugnando por escapar, sin conseguirlo, de sus manos recias.
De vez en cuando un descanso para anudar con pañuelos floreados sus melenas diversas.
Risas y palabras, a veces prohibidas, llegaban hasta el chico en un susurro pecaminoso llenando sus oídos de excitación y placer.
Ellas no podían imaginar que muy cerca, un naufrago vivía su sueño en aquella  particular  isla.


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