Un pequeño ratón que se había instalado en la casa le recordó, que no hay soledad más difícil de sacudirse, que aquella que se siente cuando hay gente por todos los lados. ¿Por qué se lo recordó el ratón?
Quién sabe. La mente humana tiene tantos escondrijos que es difícil a veces dar una respuesta, incluso a veces creyendo que es esa, no es la verdadera respuesta, es solo un vestido de camuflaje para pasar desapercibido ante los ojos de los que te escudriñan.
El ratón vino y la encontró delante de un montón de tareas que debía hacer y qué no sabía por donde empezar. Sus ojos, empequeñecidos por el tiempo miraban a un lado y otro, como si por mirar más intensamente las cosas pudieran resolverse solas.
Luego, enfrentándose, uno a uno,con aquellos gigantes de su miedo, los derrotó empleando la mejor arma, su amor.
Se acostó, exhausta pero feliz y cuando estaba en el mejor de los sueños, o en el peor, porque una serpiente se tragaba a un gato montés, un ruido persistente en la pared de su dormitorio la despertó. Se quedó muy quieta, tanto que se le agarrotaron los músculos de las piernas. Lo único que se movía en ella eran sus orejas, tratando de descubrir la procedencia del ruido. En un duerme vela agotador sintió como si algo o alguien pasara por encima de ella: la serpiente, el gato montés o la brisa de la noche de primavera. Saltó esta vez sin pudor sobre la cama al tiempo que encendía la luz. Su corazón agitado se quedó a esperar al sueño, que llegó cuando el sol hacía su entrada triunfal a través de las rendijas de la persiana. Hora de levantarse.
Casi sonámbula fue a la ducha y allí en el suelo vio unos pequeños excrementos de color negro y con forma de grano de arroz.
Un ratón.
Un ratón y ella.
Frente a frente. No había nadie más.
Lloró, pero no supo por qué. Contó que lloraba porque le daba pena tener que deshacerse del ratón,.
La verdad quizá fuese otra.
La soledad puede arrancar más lágrimas que el miedo y la pena juntos.
Quién sabe. La mente humana tiene tantos escondrijos que es difícil a veces dar una respuesta, incluso a veces creyendo que es esa, no es la verdadera respuesta, es solo un vestido de camuflaje para pasar desapercibido ante los ojos de los que te escudriñan.
El ratón vino y la encontró delante de un montón de tareas que debía hacer y qué no sabía por donde empezar. Sus ojos, empequeñecidos por el tiempo miraban a un lado y otro, como si por mirar más intensamente las cosas pudieran resolverse solas.
Luego, enfrentándose, uno a uno,con aquellos gigantes de su miedo, los derrotó empleando la mejor arma, su amor.
Se acostó, exhausta pero feliz y cuando estaba en el mejor de los sueños, o en el peor, porque una serpiente se tragaba a un gato montés, un ruido persistente en la pared de su dormitorio la despertó. Se quedó muy quieta, tanto que se le agarrotaron los músculos de las piernas. Lo único que se movía en ella eran sus orejas, tratando de descubrir la procedencia del ruido. En un duerme vela agotador sintió como si algo o alguien pasara por encima de ella: la serpiente, el gato montés o la brisa de la noche de primavera. Saltó esta vez sin pudor sobre la cama al tiempo que encendía la luz. Su corazón agitado se quedó a esperar al sueño, que llegó cuando el sol hacía su entrada triunfal a través de las rendijas de la persiana. Hora de levantarse.
Casi sonámbula fue a la ducha y allí en el suelo vio unos pequeños excrementos de color negro y con forma de grano de arroz.
Un ratón.
Un ratón y ella.
Frente a frente. No había nadie más.
Lloró, pero no supo por qué. Contó que lloraba porque le daba pena tener que deshacerse del ratón,.
La verdad quizá fuese otra.
La soledad puede arrancar más lágrimas que el miedo y la pena juntos.
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