Me dijeron que se portaban así de mal porque yo era buena. Casi lloro al comprobar que con el paso de los siglos algunos comportamientos no han cambiado.
Creía firmemente que queremos que se nos escuche, que no queremos imposiciones y mucho menos dictadores, sin embargo, ellos lo dijeron claramente hoy:
Hay que imponerse, amenazar con el castigo, ordenar la rigidez absoluta, mirar con recelo y establecer barreras.
Si sonríes, eres débil. Si no gritas, eres débil. Si intentas otros métodos conciliatorios, eres débil. No eres humano, eres débil.
Si les preguntas como están, les estás dando confianza. Si participas de alguna broma en un momento distendido, les estás dando confianza.
Si esperas paciente para ver si recapacitan, no tienes autoridad, si no los echas a la calle, no tienes autoridad.
Después de confundir la humanidad con la debilidad, y la paciencia con la confianza ya pueden saltarse cualquier norma hasta el punto de rozar el límite de la crueldad.
Hoy, más que preocuparme su falta de conocimientos, me ha preocupado su falta de integridad como personas.
Es triste comprobar que el tiempo pasa y se nos va llevando, así, tozudos, prepotentes y equivocados. Es más triste aún, pensar que el tiempo que se va es irrecuperable, como aquella hoja, entera, peciolada, penninervia y con punta de flecha, que cae del árbol irremediablemente y se pierde sin más.
Ojalá todo sea un producto de mi imaginación y aquellas palabras que escuché no dijeran realmente lo que entendí. Sería de una tristeza infinita sentir que hombres y mujeres destinados a construir los cimientos del futuro, solo caminarían derechos cuando un látigo amenazase sus espaldas.
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