Lo escuché todo el tiempo pero no era su voz y su rostro… estaba tan lejos...hubiera querido besarlo, como siempre hacía.
La conversación era una de esas que no conducen a nada, esas en las que cada uno permanece, a costa de lo que sea, empecinado en lo que llama su razón. Cuánto más tratábamos de
explicar nuestros puntos de vista, qué sentíamos y el porqué de algunos comportamientos, más se liaba la madeja
y por mucho que digan que por el hilo se llega al ovillo, aquel hilo, por
el momento quedó allí, sobre la mesa, enredado, esperando otro momento más apropiado. Tal vez otro día, con más tiempo...esa había sido la tónica los últimos años.
Si hubiese tenido unas alas hubiera volado hacia él como
otras veces hice. Comprendí, sin embargo, en esa misma tarde que igual no me hice notar los suficiente porque de sus palabras se deducía que no había sentido mi presencia, mucho menos mis besos; pensé.
Si tuviera el don de la ubicuidad ahora no andaría perdida en estos pensamientos, con la música de fondo y la casa vacía. Sin duda estaría al lado de su cama y
trataría de convencerlo para que me dejara contarle un cuento, un cuento hecho
con palabras de verdad, de las de la vida de cada día. Un cuento con sabor a
euforia y a llanto, un cuento, largo y pausado, en el que cupiesen tantas
moralejas como caricias, un cuento con final feliz, luego un beso en su rostro
cambiado por el tiempo. Mientras con una mano acaricio su pelo crespo, con el
otro atraigo hacia su cuerpo la tela fresca y suave de la sábana que envolverá su noche
de sueños nuevos.
Que no haya una sombra de resentimiento en tu corazón, susurro. Duerme sabiendo que eres especial y querido.
Despliego mis alas y sigo mi camino. Tú tienes que descubrir el tuyo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario