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miércoles, 10 de agosto de 2016

LA PASIÓN DE JULIETTA

Huyendo de un perro que le doblaba el tamaño, Julietta enganchó  una vara larga y fina que el jardinero había dejado junto a otros restos orgánicos y se impulsó, atravesando como una exhalación la tapia del patio, dándose de bruces contra el césped.
Las cortes sangrantes de su nariz alertaron a su madre,  pero el cerebro de Julietta emanaba tal cascada de endorfinas, que las heridas cerraron de inmediato.
Astuta, Julietta escondió de inmediato la vara para, más tarde,  examinarla minuciosamente. Era fuerte como el acero pero flexible como un junco. La naturaleza había puesto a su alcance un objeto mágico con el que pasaba horas practicando saltos imposibles,  cuando sus padres no estaban.
Un día, la confianza, enemiga de la prudencia, puso fin al secreto.
La madre gritó escandalosamente, haciendo perder la magia a la pértiga y el equilibrio a Julietta que salió despedida, de forma nada elegante,  por encima del arco de rosas.
¡Tienes que hacer algo con esta niña, Cosme!  Lloriqueó la mujer,  y él, resolutivo, lo hizo.
En el pódium mientras el himno solemne imponía silencio entre el público, Julietta, en lugar de morder la medalla de oro, se rascaba, sonriente,  las cicatrices de la nariz.


CUADERNO DE NOTAS

Erase una vez una gran ciudad en cuyos veranos hacía muchísimo calor y de cada ventana de cada monstruoso bloque de vivienda pendía un aparato de aire acondicionado. Dentro de las casas se podía vivir, aunque, respirar, lo que se dice respirar...
En la calle y también por esa causa la temperatura iba aumentando con cada nuevo verano.
La ciudad tenía grandes avenidas con árboles gigantescos, catalpas y falsos pimenteros, mimosas, robles y abedules. Magnolios grandiflora y ficus gigantes con raíces fúlcreas. Siempre que iba por allí se sentía como en casa, la sensación de que algo de aquello le pertenecía no se despegaba de su piel, sin embargo, ese calor agonizante era mucho más de lo que podía soportar.
Quizá se hacía mayor, o quizá había perdido la costumbre de poner los pies sobre su asfalto incandescente.
Por el carril bici lo vio llegar, sin embargo, iba a pie. Acababa de aparcar su coche en una calle adyacente y miraba a un lado y otro buscándola. Aunque ella alzó un brazo en señal de saludo él no la vio y entonces, aprovechó para observarlo mientras, él hacía una llamada telefónica.
El teléfono de ella vibró dentro de su bolso pero no quiso cogerlo. Esperó unos segundos más para así poder impregnarse de los rasgos de su niñez. Aquellos ojos seguían siendo los mismos ojos curiosos, y su boca se movía levemente como si de vez en cuando mascara un chicle imaginario.
Era el mismo niño pequeño al que cantaba canciones inventadas cada día de su vida, cada hora o cada minuto si hacía falta.
Sacó su teléfono del bolso pero ya no hizo falta descolgar, el la vio y le sonríó. Sin embargo, y aunque fue en busca de su abrazo, en su sonrisa faltaba la alegría de la niñez.
Quiso retenerlo unos minutos contra su pecho para ver si en una canción inaudible podía devolverle la inocencia y la dicha.

SUEÑO DE VERANO

Soñé que corría el mes de julio y que paseaba por una avenida cuajada de adelfas contigo. Soñé que tú, mamá
, sonreías y te maravillabas por la luz y el colorido y porque la brisa del mar se pegaba a tus brazos desnudos. Tu pelo blanqueando sobre tu rostro lo dulcificaba y embellecía. En cada paso que dábamos, nuestras miradas sin cruzarse, sabían de los sentimientos de nuestros corazones.
Si tú ya no tienes lágrimas, yo no quiero llorar para no entristecerte, pero echas de menos los besos de tu caballero y aunque no llores, tus ojos lo dicen  a gritos. Me abrazo a ti y procuro que no te falte ninguno.
Más tarde me senté en la cocina y en el humo que emana de la taza del desayuno me doy cuenta de que todo lo anterior no había sido un sueño porque aquí están tus huellas, las de tus pies sobre las losas, las de tu cuerpo sobre la cama, las de tu amor sobre cada planta que ha reverdecido con tus cuidados.
El mes de julio se llenó de emociones y sentimientos cuando se abrió la puerta y apareciste con tu maleta, tus pájaros y tu perro. Como sacada de un cuento de la infancia, entraste y permanecimos abrazadas el resto de los días.