Páginas

miércoles, 14 de octubre de 2020

LUZ DE VIDA

 


Aquella hoja sintió cosquillas cuando el sol, invadiendo su intimidad, y con un toque mágico, partió una molécula de agua por la mitad. Comenzó entonces un proceso irreversible que la llenó de energía. Sus fotosistemas, excitados, propulsaron las partículas electrónicas que, en caída libre, pasaron por distintas estaciones, cambiando alocadamente la señalización closed/open. Después de aquella carrera imparable, de una yema axilar brotó un retoño florido. El sol, incrédulo y eufórico, fusionó sus átomos de hidrógeno creando solitarias partículas de Helio, mientras, sin saber cómo, lo iluminó todo.

Después, exhausto, pero ufano, envuelto en su túnica anaranjada se retiró del horizonte, no sin antes, despedirse de sus admiradores.

Las plantas, incansables, aún tenían que nutrirse y acicalarse para que, a su salida, el astro rey, jugara con ellas de nuevo La maquinaria no dependiente de la luz iba a destajo, y, con el azúcar sintetizado, inventaban toda clase de recetas: aceites para su lubricación y flexibilidad, ceras para impermeabilizarse y pigmentos con los que aparecer más coloridas. El sol no sabía por qué estaban siempre tan bonitas, exquisitas, jugosas y resplandecientes, pero ellas conocían bien el secreto de su belleza y de su supervivencia. Luz del sol. Luz de vida.

domingo, 4 de octubre de 2020

El SISTEMA RETICULAR

 Leí, estudié y más tarde escuché, que el sistema reticular incide sobremanera en nuestro estado de alerta, pero, se me había olvidado. Hoy lo volví a recordar, cuando por enésima vez en pocos días escuché de nuevo la melodía titulada "Les feuilles mortes" o "atumn leaves" .

Dicen los expertos, los estudiosos y los neurólogos, que lo que nos sucede es que cuando algo nos remueve por dentro o cuando estamos viviendo una situación que nos marca, entonces, tenemos una habilidad especial para darnos cuenta de que en nuestro entorno, alguien está pasando por la mismo. El sistema reticular se encarga de que así sea.

Se explica así la razón por la que cuando una mujer está embarazada, encuentra muchas embarazadas por la calle o, cuando alguien ha sufrido un accidente y le escayolan un brazo, de pronto parece que todos han sufrido un accidente similar.

Eso es una cosa que me parece lógica, pero una canción... creo que esto va mucho más allá. Hace una década que esta melodía aparece habitualmente en mi vida, y no porque la ponga yo. De hecho, nunca es así.

En la emisora de radio que me gusta y en la que me gusta menos, cuando menos me lo espero, aparece. En un concierto de jazz, en un recordatorio a Eva Cassidy (en la que un día me inició mi amigo Juan José de Carmona), en una actuación de Eric Clapton, en la voz inmensa de Edith Piaf, en la siempre viva garganta de Nat King Cole, y hoy, como no podía ser diferente, acaban de aparecer sin previo aviso  Jerry Lee Lewis  me ha regalado las hojas de otoño más country que nunca viera. He sabido enseguida, que Les feuilles mortes, en francés, o Autumn leaves, en inglés, es mi himno de amor, y que mi sistema reticular me pone alerta para que nunca cambie el futuro por el presente, porque ahora te amo, y, aunque las hojas muertas caigan como cada otoño, a través de los árboles desnudos, la luz nos mostrará de nuevo el camino hacia la primavera.

https://laguitarradelasmusas.com/2014/12/17/jerry-lee-lewis-iggy-pop-eric-clapton-les-feuilles-mortes-autumn-leaves/






lunes, 28 de septiembre de 2020

A TRAVÉS DE LOS VISILLOS


 Desde esta silla que ocupo cada día, mi trono, podría decirse, y no es que tenga nada de lujoso, sino porque es el lugar en el que despacho todos mis asuntos y recibo todos mis mensajes, que, a veces vienen de lejanos tierras y otras, solo tienen que atravesar un pequeño sendero de piedra, para llegar.

Desde esta silla, decía, puedo ver como a través de los visillos, la vida bulle sobre mis plantas y también puedo escuchar como un niño balbucea sus primeras palabras. A veces, sin querer, asisto a conversaciones a las que no estoy invitada y otras, el silencio más ensordecedor llena la estancia.

Sobre todo, desde esta silla, planeo viajes y sueño nuevas historias y, a menudo, leo y releo los mismas respuestas a las preguntas que me hago.

Desde esta silla tengo una visión amplia de la casa que habito. El pasillo que se abre a las escaleras y un poco más allá, el salón donde a veces como y donde casi nunca miro el televisor. Al lado de donde me hallo ahora mismo sentada en mi trono, está la cocina, lugar en el que me gusta trastear e inventar nuevos platos utilizando una cantidad mínima de ingredientes. Ahí, en mi cocina, siempre menos es más.

Mientras escribo vienen a mi mente otras estancias en las que he habitado, otras sillas que he ocupado, otros tronos que he tenido que dejar por exigencias del guion de la vida. Miro hacía allí, desde mi trono actual y puedo verlo todo, nítido y exacto y comprendo que hablar del mobiliario es una excusa para aproximarme a los seres que me han acompañado en esas otras estancias. Seres amados que han compartido mi vida y que, incluso, a veces, se han sentado por un momento en mi trono, y yo feliz de que eso sucediera.

Con los ojos de la nostalgia, del amor,  abandono por un instante mi silla, mi trono y hago una reverencia imaginaria para agradecer a todos mi paso por la vida, que no hubiera sido la misma si ellos no hubiesen estado. Seres de mi niñez y mi adolescencia. Seres de mi juventud y mi madurez. Seres finitos como yo, humanos como yo, virtuosos como yo y errantes, como yo.

DEVUÉLVEME EL AIRE

 La conocí cantando. A las dos nos gustaba hacer los coros mientras las personas iban a tomar la comunión. Yo ya lo había hecho en otras ocasiones a lo largo de mi vida. Esperaba la hora del ensayo con emoción, entusiasmada y, bajo la atenta mirada de Magdalena, que era muy exigente y no permitía que una nota empobrecida se colase, ni siquiera en los momentos en que, relajadas, jugábamos a afinar las voces. Rosa también estaba siempre conmigo. Formábamos un buen tándem y pasábamos buenos momentos juntas.


Pues bien, esa afición mía de cantar se perpetuó en el tiempo y así fue como conocí a María Teresa. Ella llevaba una vida entera en los coros. Yo, la mitad.

Ella trabajaba con los niños en una escuela religiosa, yo me preparaba para empezar, pero en un centro público.

Ayer, después de diez años, la vi. Jubilada, pero tan vital, risueña y optimista como siempre. Su edad, la del carnet de identidad le dice que es mayor, vieja, incluso. Pero ella no tiene ni idea de lo que eso significa. Yo, tampoco.

No pudimos vernos el viernes porque solo le permiten tener visitas los fines de semana, a ella y a todas las hermanas de su congregación. Pude escuchar su risa, pero no verla, porque la mascarilla apenas dejaba ver sus empequeñecidos ojos. Ella piensa que enfadarse es una tontería que no conduce a nada, que no resuelve nada, aunque sepa a ciencia cierta, y así lo hizo constar, que no podemos fiarnos de los políticos que tenemos y que ya, ni siquiera de los jueces puede uno fiarse. Después, levantó la vista y sentenció, yo solo me fio de él. Y yo asentí, porque creo que es una persona sensata.

No pudimos salir a tomar un café y eso que hay una plaza que tiene una cafetería en cada esquina,  nada más salir de su colegio. Se lo tienen prohibido, por su edad y por su forma de vida, en comunidad.

Se conforma con asomarse a la ventana y con bajar al patio, los fines de semana, porque no hay niños en el colegio. Ella que ha viajado por un sinfín de lugares, en tren, en avión, en autobús... ella que nunca ha visto un obstáculo para ir allá donde la necesitaban.

Al final nos abrazamos, claro, porque era imposible marcharse de allí sin hacer explícito el sentimiento. ¿Cómo puedes separarte de una persona que quizá no veas nunca más?  porque, cuando quieres a alguien, como puedes irte de su lado sin más, como si acabaras de conocerla (ahora, algunos pensarán que precisamente porque la quieres, no querrás que enferme y bla, bla, bla...como si nos hubiéramos convertido en apestados que hay que mantener a distancia)   para ella fue imposible y para mí también. 

Ya en el camino de vuelta pensé en cuántas personas mayores han muerto y mueren solas, y cuantas están abandonadas a su suerte en residencias geriátricas. Algunas, muchas de ellas, con sus capacidades cognitivas intactas. Me pregunto qué harán cuando en la soledad de sus cuartos, las horas pasen a una velocidad inversamente proporcional a la que pasan sus pensamientos. ¿Rezar o maldecir? ¿Buscar un culpable o pensar que lo son ellas? ¿Llorar o resignarse? ¿Dormir o permanecer en vela? ¿Luchar por la vida o abandonarse a la muerte?

He sabido también, que en algunos lugares (no puedo hablar de todos porque lo desconozco) se les ha dado a las familias la posibilidad de ir a recoger a sus mayores para evitar precisamente este exilio, este entierro en vida, y, me han dicho que en un lugar concreto, solo dos familias han respondido positivamente a esta llamada.  El resto, no sabe, no contesta.

Intento entender qué está sucediendo y cada día lo consigo menos, y, a medida que pasa el tiempo veo que hay algo que no encaja y siento que no nos lo están contando todo. Empiezo a sospechar que algo muy turbio se esconde en los cajones de nuestros dirigentes que, para mi, han perdido toda la credibilidad...y, lo malo, es que como decía mi amiga, María Teresa, cuando alzaba los ojos al cielo, parece que por aquí, hoy por hoy, ahora mismo, no hay nadie que me ofrezca garantías.

Me gustaría que les devolvieran la libertad a esas personas, y no me sirve ya la excusa de que son personas en riesgo, por su edad y sus enfermedades previas, porque si ni sus propias familias van a recogerlas a esos centros que se han convertido en trampas mortales ¿No sería mejor que salieran a la calle a mover sus articulaciones, su corazón y su sonrisa para estar motivados y subir así su autoestima y su sistema inmunitario? 

¿No es mejor morir con las botas puestas que vivir preso de imposiciones de dudosa procedencia?


martes, 22 de septiembre de 2020

VOLAR SOBRE TACONES

 

N

 Nadie hubiera creído que en ese espacio de tiempo, pudiera haber vivido tantas situaciones distintas, sin embargo, su sonrisa frente al espejo de la zapatería y sus ojos vivarachos y alegres, decían que, efectivamente, las sensaciones vividas en esos instantes, eran casi imposibles de narrar.

Un día, caminando  por una ciudad colorida que sabía a mar,  se pararon frente a una zapatería y su amado le regaló unos zapatos de tacón. Eran tan bonitos que no pudo resistirse a que se los comprara, aunque su precio, por un momento, la detuvo, pero fue muy poco el tiempo de duda, porque en tan breve lapso de tiempo se vio de múltiples formas con aquellos zapatos que parecían sacados de un cuento. Soñó, con los ojos abiertos, que paseaba por las calles empedradas de ciudades llenas de historia y que se detenía frente a las murallas calibrando su antigüedad, mientras se contoneaba un poco, no para presumir, sino para que los tacones no se clavaran en las juntas, entre los adoquines.

Se vio también en una sala de baile, girando alrededor de un eje que atravesaba su cuerpo desde sus recién estrenados tacones hasta su coronilla. Vio como su falda de amplio vuelo, se agitaba con su movimiento mientras sus pies, incansables, jugaban a emular los pasos de una gran bailarina.

Tuvo otra visión bajando las escaleras de un gran teatro, donde unos asientos en primera fila los esperaba. Se vio sentada al lado de ese hombre que tanto la quería y que insistía constantemente en hacerle una fotografía porque la encontraba bella, se pusiera lo que se pusiera. Señal de que la quería de verdad.

No se los llevó puestos, porque ni su atuendo, ni las calles por las que paseaban, se prestaban a la
situación.

Pasó el tiempo y, un día, al abrir el armario, descubrió en una caja, tapada por otras muchas cajas, que aquellos zapatos que la transportaron a situaciones tan especiales se habían quedado allí, esperando una oportunidad. 

Los cogió como si tuvieran vida, se quedó mirándolos y, sin saber por qué, lloró. Quizá fuera porque interpretó aquella situación como un acto de resignación, ante la evidencia.

Nunca hubo bailes ni ciudades con historia y, ni siquiera hubo escaleras por las que descender hasta las primeras filas del teatro donde su amado le hubiera hecho una foto...fue por eso que, cuando dejó que todas las lágrimas cayeran a voluntad, respiró hondo y se alegró porque aquel hombre que tanto la amaba, al igual que ella, seguía esperando la oportunidad de fotografiarla con aquellos zapatos que dejaron impresa su sonrisa en el espejo de la zapatería. 

domingo, 6 de septiembre de 2020

SIGUEN AQUÍ

 

Muchas personas habrán abandonado sus hogares, sin querer, sin que nadie se lo haya preguntado. Habrán emprendido el viaje más cuestionado y el que menos equipaje exige. Algunas de ellas se habrán ido sin hacer ruido, sin desprenderse de sus botas. Otras, llevarían días luchando sin saber discernir si era mejor partir o quedarse. Otras, habrán entregado su último aliento con resignación y coraje, pero, seguro que todas ellas han llevado a cabo, de la mejor forma que sabían, su cometido en la vida. En el camino hacia esa dimensión desconocida y qué tanto da que hablar, habrán visto o sentido que nada ya obstaculiza sus ansias de volar, sin ataduras, sin control del tiempo, sin obstáculos ni leyes humanas.
Muchas personas, hoy, ayer y siempre, dejan de estar visibles para pasar al mundo de nuestros recuerdos y emociones.
Algunos dicen, siempre estarán vivas en nuestro corazón, yo añado, allá donde estén, que nunca dejen de volar.


ENTRANDO DE PUNTILLAS

 


Se coló otro año por la puerta y lo recibimos con música, como cada día.

Ahora en la casa hay otra luz y otras fotografías y una vocecilla cargada de ilusión invade algunos momentos de nuestra vida.

Otro año y aquí estoy esperando como siempre que esa ola traviesa me llene el pelo de arena, para que tú, con tu paciencia eterna, atesore, uno a uno, los granos de cuarzo que incrustados en mi piel, brillan en la noche sin luna.

Brindaremos por los sueños y escribiremos, sobre la primera página del libro de nuestro futuro inmediato, amor con letras mayúsculas. Amor de nuevo...y un beso eterno.

domingo, 19 de julio de 2020

UN UNIVERSO EN TUS OJOS




Tus ojos están cargados de sol y, tus pupilas se asemejan a la luna llena. Te sienta bien el verde, que contrasta con el cielo...tan oscuro y misterioso. Tienes un puntito brillante junto al párpado derecho. Es el lucero del Alba que está enamorado y me sigue a todos ĺados. Como no pude deshacerme de él y se cansó de dar vueltas, se ha quedado ahí, quieto, para siempre. Ahora es como un pequeño lunar de brilli/brilli, que me alumbra en las noches menguantes.
Mis ojos reflejan toda la luz del sol, sin embargo, el que los mira con profundidad, ve la cara oculta de la luna, sus cañones y sus cráteres. El viento solar cimbrea mis pestañas y uno a uno se van desprendiendo los cocos que, por el efecto de la gravedad, impactan unos contra otros, rompiéndose en mil pedazos. Es entonces cuando mi cuerpo recupera su temperatura. El sol perdiéndose en el horizonte me da una tregua y mis párpados, agostados, pueden por fin cerrarse.

SIN OBSTÁCULOS

Fue fácil llegar a este lugar luminoso y florido. Solo tuve que cerrar los ojos y desearlo. Después, como por arte de magia la puerta se abrió y tuve la tentación de entrar y quedarme para siempre, pero me detuve a tiempo. Me senté sobre una roca del camino, una de gran calibre que tuve que apartar para poder seguir el sendero y que por algún motivo desconocido había rodado hacia ese lugar, como si me esperara de nuevo, pensé, antes de utilizarla como asiento, en ese viejo refrán que dice que el hombre es el único animal que tropieza con la misma piedra y fue entonces que me di cuenta de la trampa. Aquella casa tan hermosa y atrayente tenía una puerta, que se había abierto para mí y me invitaba a entrar, pero no tenía cerradura, ni picaporte.
Luego la rodee y observé que no tenía ventanas. ¿ Por dónde entraría el aire? ¿Y la luz?
Volví a la roca y de forma instintiva puse mi oído sobre ella. Parecía estúpido ¿qué podría decirme aquel bolo inanimado de granito? Sin embargo, sentí algo, una energía extraña que hizo que mi corazón latiera más deprisa. Un calambre me recorrió de parte a parte y sentí que despertaba. Como si siempre hubiese estado dormida.
No caería de nuevo en la trampa, esta vez no.
Emprendí el camino de regreso y tres días más tarde volví con mis propias herramientas. Tenía que hacerlo sola. Subida en la roca, mi aliada, y con gran esfuerzo, logré abrir la pared a base de excavar un poco cada día, a la caída del sol exhausta y temblorosa, dormía y la intemperie me cobijaba.
El día que cumplí mi propósito, me sentí distinta, más serena, más segura. Entré por fin en la casa y abrí de par en par las ventanas, cerré la puerta y esperé a mis invitados.
Después de aquella trasformación podría recibirlos como merecían.



LEÓN



El azul del cielo, hiriente y rotundo, anunciaba un nuevo día marcado por las altas temperaturas. León se sentó en el banco del parque, el de siempre, y esperó a que alguien le echara unas monedas. Tal y como estaba el día, sabía que la mañana transcurriría lentamente, demasiado despacio, tal vez. Recordó aquel tiempo en que siendo niño, disfrutaba de los polos de hielo, como si fuera el mayor de los tesoros. Ahora solo tenía ganas de morirse. El hambre, la sed y el calor asfixiante, eran malos compañeros para tener ilusiones.
Cansado de mirar sin ver una solución para su vida, cerró los ojos y después de unos segundos, se sintió como en un oasis. Una mujer desplegaba toda su magia para reconfortar a León. Una multitud de paraguas coloridos dieron sombra a su cansado cuerpo y los pequeños agujeros de las varillas, como difusores, refrescaron su garganta y su piel.
León abrió los ojos y en ella reconoció a la chica que le vendía los polos de hielo cuando solo era un niño. Recordó en un instante que a aquella joven se la había llevado la muerte porque, según le contaron, se había enamorado de ella.
León supo que iría, como un lazarillo, detrás de sus paraguas, de su sombra, de sus ojos y del agua que siempre le había dado la vida.

lunes, 23 de marzo de 2020

Sueños por cumplir

Parece que el tiempo se había empeñado en no favorecernos. Hace ya muchos años que llegamos a esta ciudad y aquí seguimos con todos nuestros proyectos en la mente,  muchos de ellos realizados y otros aún por cumplir. Se acercaban unas fiestas que  prometían ser muy bonitas,  viajando por distintos lugares, compartiendo la risa, la comida y la cama. Un viaje de los siempre soñados, de esos en que uno puede perderse porque nadie lo está esperando. Un viaje cogidos de la mano, surcando el cielo y el mar. surcando la risa, surcando los abrazos. Sin embargo el destino la Providencia o un virus fabricado o no, ha venido a interrumpir el periplo que teníamos dispuesto y ahora nos hemos quedado aquí tras las ventanas. Fuera llueve, llueve insistentemente. Alguien llora ahí fuera,  pero no escucho de dónde procede el llanto, solo veo los cristales llenos de agua y no puedo detenerlo. Miro desde dentro y me asomo fuera, inquieta y vuelvo a sentarme y miro de nuevo y los cristales se siguen llenando de gotas, pero no sé de dónde procede el llanto.
Aquí estoy amor esperándote como tantas noches como aquella vez que escribí que era Penélope que esperaba a Ulises, tú,  pintando en aquellos lienzos que por la mañana borraba. Aquí estoy amor esperándote mientras escribo y mientras  como ahora todos dicen teletrabajo. La palabra del futuro teletrabajo. La palabra impuesta teletrabajo. La palabra que nos recuerda que hoy estamos confinados y aquí sigo tras los cristales mirando de dónde procede el llanto y nadie me dice nada porque la casa está vacía,  completamente vacía y solo yo paseo de un lado a otro buscando por las distintas ventanas,  a ver de dónde procede el llanto. Quizá mañana podamos estar juntos y se cumplan nuestros sueños. Quizá podamos  hacer ese viaje que tanto anhelábamos y acercarnos a los que nos quieren y abrazarnos y besarnos. Y tú conmigo y yo contigo,  hacer el amor como si fuera el primer día y como si fuera el último. Abrazarnos y nunca más despegarnos.