Ahora no es la niebla, es la boria la que se se extiende en el horizonte de mis mañanas.
Me cambió el paisaje hasta el punto de olvidar la sensación de inquietud que a veces me producía la distancia. Al cabo de recorrer mil y un kilómetros por los cables de la comunicación a distancia, llegamos a un lugar tranquilo donde hasta la cobertura falla.
Me asombra la capacidad de adaptación o los mecanismos de defensa que difuminan imágenes y situaciones queridas de modo que el sol y la brisa se hacen tan deseables y principales que ha muerto en el pasado la sensación espesa e irrespirable de los días.
Ahora, mirando a través de la ventanilla del tren y aunque la aridez predomina en los campos que atravieso, veo flores por todos los lugares. No estoy ciega, ni me falla el razonamiento pero es imposible sumirse en la nostalgia cuando la vía que atravieso me conduce al lugar que en tantos segundos anhelé.
Que me envuelva la brisa, que me eleve hasta una nube elástica donde puedan saltar mis pies y acertar a ver así a aquellos a los que amo, que encuentre la risa en su mirada y música en su corazón, allí desde donde pueda agitar mis brazos y extenderlos para tocar con la punta de mis dedos sus manos, allí donde sienta que las palabras que escribo se extiendan en un haz de rayos luminosos con los que acariciar su pelo.
Que mis labios puedan tocar su piel, que en la vida se perpetúe el alborozo y pueda asi seguir disfrutando de la visión de sus rostros queridos por encima de la bruma que acompaña al mar al atardecer.
Me cambió el paisaje de tal modo que a veces me pregunto si siguo siendo yo o me he transmutado en otra.
Sigo siendo yo en plenitud, serena y extasiada.
Boria es el vocablo utilizado por el Cartagenero para designar a la niebla.
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