El psicoanalista adormecido, ajeno a lo que ella quería expresar, dio un respingo en la sillón perdiendo las gafas en el salto.
¿Qué ocurre? acertó a decir el señor.
¿Es que no me reconoces, ni siquiera después de todo lo que te he contado en estos días?
Uhm...¿qué?
No me has escuchado, es eso, así es como siempre tratas a todo el mundo, con tus pacientes no podía ser distinto. Así es como convertiste a mamá en una alcohólica suicida, así es como nos llevaste a todos a la ruina y así es como pudiste irte sin mirar atrás, dejándonos en unas condiciones pésimas.
¿Mabel?
Si papá o tal vez deba llamarte doctor, si eso es, soy Mabel y he venido para vengarme de ti, esa es la única manera en que podré librarme de todas mis tristezas, mis traumas infantiles y mis noches de desvelos.
En ese instante la enfermera llamó a la puerta y el señor se sintió aliviado.
Doctor, una anciana le ha traído esta cesta de frutas, dijo que era una vieja conocida suya y que tuvieron mucha relación en un tiempo. Sobre la mesa iluminada por el sol, las manzanas verde doncella emitían destellos únicos.
La enfermera salió y el doctor con la excusa de ir a ver las manzanas trató de huir levantándose de su sillón ergonómico de cuero gris, pero un busto macizo de Freud, fue a dar contra su cabeza abriendo una profunda brecha en su frente. Cayó al suelo a plomo pero no estaba muerto. Cuando Mabel abandonaba el despacho vio una sombra tras sus pies. Deslizándose desde el interior de la cesta de manzanas una Mamba verde se movía guiada por el calor de la sangre humana.
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