Cada día hablaban un poco, nada especial, cosas del trabajo.
Le llamó la atención su sinceridad que rayaba en la impertinencia cuando no veía las cosas muy claras.
Observó también que alrededor, algunas miradas le hacían una radiografía de pies a cabeza y callaban.
El tiempo pasó y los lazos se estrecharon: tardes de paseos por la playa o los caminos. Tardes de helado y conversación.
No era ella persona de abrazar espontáneamente, sin embargo, sus gestos, sus acciones, proclamaban a los cuatro vientos sus emociones.
Su trabajo impecable y su mirada crítica, sus ojos, su ironía y sus mechas tricolor, la acompañarían para siempre.
Da igual que en el sendero de la vida haya encrucijadas que separen a las personas, al final y de forma inesperada alguien anuda en el momento justo y se produce el reencuentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario