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jueves, 31 de enero de 2013

MUJERES DEL TREINTA Y TANTOS

Debió ser muy triste y muy frustrante entender que el príncipe de tu cuento no lo era tanto. A veces hasta ejercía de zafio o a lo peor se comportaba como un abominable barba azul, privándote de tu libertad. Debió ser muy triste no poder confiárselo a nadie. No atreverte, ni siquiera, a hacérselo ver a él, por miedo a que huyese de tu lado.
Que tristeza me da pensar que aquel en el que pusiste todas tus ilusiones y tus pasiones se olvidó de decirte lo que le gustaba tu vestido, lo preciosa que eras o lo que le gustaba tu risa.
Es muy descorazonador pensar que su boca se cerró a los besos improvisados y que su mirada seductora dejó de posarse en tus ojos.
¡Y no gritaste! ¡Qué rabia, qué pena! O tal vez lo hiciste a tu manera, con silencios y lágrimas.
A lo peor y como resultado, dejaron de gustarte sus caricias puntuales, las que impone el instinto, las que se pueden dar sin amor...
Y llegó definitivamente la hecatombe.
Qué pena pensar que convives con él en memoria de lo que fue y no en lo que es.
Qué triste saber que pasó y no pude imaginarlo o tal vez si y cerré los ojos para no verlo.

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