Una tarde como esta, de invierno y soleada, iría a buscarte a la fábrica, como Amanda.
No hace falta la lluvia en el pelo, ni que la calle esté mojada para sentir amor.
Bien es cierto que la vida, cuando me besas, es eterna y son cinco minutos, pero sólo a veces porque en su mayor parte, todos los cinco minutos son banales y se van como el agua entre los dedos, sin sentirlo y sin poder detenerlo quedando como testigo de su huida, la humedad sobre la piel.
Haré un hueco amplio entre mis manos pequeñas, amplio y sin resquicios para guardar todo el agua de la lluvia que hoy no cae. Atesoraré mientras tanto en mi mente, cada palabra y almacenaré en mi corazón cada caricia, recreándome en su sonido y en su aroma de galleta dulce. Buscaré el espacio donde amarnos y, ovillada y en silencio esperaré que con tu regreso se sucedan como un eco, los cinco minutos de la eternidad.
No hace falta la lluvia en el pelo, ni que la calle esté mojada para sentir amor.
Bien es cierto que la vida, cuando me besas, es eterna y son cinco minutos, pero sólo a veces porque en su mayor parte, todos los cinco minutos son banales y se van como el agua entre los dedos, sin sentirlo y sin poder detenerlo quedando como testigo de su huida, la humedad sobre la piel.
Haré un hueco amplio entre mis manos pequeñas, amplio y sin resquicios para guardar todo el agua de la lluvia que hoy no cae. Atesoraré mientras tanto en mi mente, cada palabra y almacenaré en mi corazón cada caricia, recreándome en su sonido y en su aroma de galleta dulce. Buscaré el espacio donde amarnos y, ovillada y en silencio esperaré que con tu regreso se sucedan como un eco, los cinco minutos de la eternidad.
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