El intrépido ingeniero tuvo un sueño inquieto esa noche: se perdía por
una escalera cuyos peldaños, señalados
con una letra mayúscula, se desmoronaban
uno a uno, él se aferraba fuertemente a la barandilla, mientras una suerte de
tijeras de todos los tamaños se entrecruzaban cortando el fino cordón que lo
conducía a tierra firme. Hombres con batas blancas y ratones calvos huían en
una carrera alocada para caer al final en un agujero oscuro, allí y en jaulas
con barrotes de distintos grosores se
encontraban las bestias más indescriptibles y terroríficas.
No eran las cinco de la mañana cuando decidió levantarse. Sabía el
porqué de sus sueños. La inquietud por mostrar su experimento le tenía alterado
desde hacía varios días. No obstante, aparentó la calma más absoluta cuando al
introducir en la puerta su tarjeta de identificación se encontró con las
personas que se encargarían de evaluar los resultados de su experiencia.
Aquel gato al que había introducido genes humanos para que pudiera desarrollar
dedos en lugar de pezuñas fue instruido a base de dura disciplina en el manejo
de un pequeño piano hecho a medida.
Un educador de animales experimentado y audaz había aceptado el reto.
Después de muchos ensayos, de
castigos y recompensas, el animal aprendió a tocar una pieza sencilla y de tono
alegre.
Los evaluadores se miraban escépticos mientras observaban
minuciosamente aquel minúsculo piano situado en el medio de una sala, luego se
apagaron todas las luces, y un foco amarillento hizo blanco en el cuerpo de un
gato grisáceo, que acompañado por su educador y a una señal de este comenzó
una ejecución impecable.
Era increíble ver aquella mano sobresaliendo de una pata peluda, manos
de largos dedos, de piel rosada y uñas perfectamente cuidadas.
El educador gozaba sintiéndose el artífice de semejante maravilla y el
científico mutador de genes no cabía en sí de gozo disfrutando las mieles del
éxito.
Las notas se elevaban en la atmósfera del salón y era tanto el
entusiasmo de aquel animal que se olvidaron de que lo era.
Cuando más embelesados estaban
el gato detuvo en seco su actuación, husmeó el aire con sus vibrisas y
se subió encima del piano. Todos contuvieron el aliento esperando la reacción
felina.
A la vez que el gato saltaba hacia una cortina de cretona, el estruendo
de una explosión sonó tan cerca que hizo a todos taparse los oídos,
inmediatamente después el suelo empezó a ceder bajo sus pies. Un terremoto de
intensidad 9 en la escala Richter trazó zanjas y grietas de todas las profundidades.
La pirueta en el aire no le valió al gato para huir. Con sus manos humanas ejecutó una pieza musical pero no pudo engancharse con sus
uñas a la vida.
Su instinto animal no modificado le había hecho percibir el desastre. Sus
manos de piel mutada le condujeron a compartir un destino fatal el hombre que había cambiado su naturaleza.
Nadie sobrevivió para contarlo en primera persona, el suceso pasó a la
posteridad como una leyenda urbana en la que se hablaba de un gato con instinto
animal y manos de hombre ambicioso.