Se fue el grillo y vino una mariquita. Se metió en casa detrás
de mí, a traición, mientras abría la puerta. Fue más rápida que yo y se acomodó
rápidamente en un lugar privilegiado del salón, tan privilegiado que no pude
encontrarla en unos días.
Hoy apareció tras la cortina, miraba hacia la calle a través
de los cristales. Claro, era lógico, echaría de menos el aire libre, el ir y
venir a placer entre las plantas, sobre todo, echaría de menos, comer. Me acerqué a ella y traté
de cogerla suavemente para llevarla al exterior pero me hizo frente y volvió a
esconderse.
Esta noche, mientras cenaba, ha venido buscándome, se ha
posado sobre los folios garabateados de rojo. Me ha mirado, diría que me ha
implorado y yo, que la he entendido, la he transportado sobre el papel acompañándola
a la calle. Cuando he abierto la puerta del mismo modo que entró, con la misma
avidez, se ha marchado.
A veces, no sale bien eso de cambiar de aires.
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