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jueves, 31 de julio de 2014

APUNTES

Hoy, después de mucho tiempo he vuelto a pasar por nuestros caminos de olivos,  granados y cardos marianos. Arrastro bajo mis pies la arena infinita de la playa, traída hasta aquí por el viento. Sobre mi cabeza el sol, a punto de entrar en conflicto con la luna. Frente a mis ojos, el asilo o residencia para personas mayores, miro hacia las ventanas y me pregunto si no sería más humano mejorar las acciones y dar a los nombres su justa importancia y sigo mi camino. Desde este lugar en el que me he parado un momento para contemplar la belleza del paisaje se divisa un horizonte tan extenso y deshabitado que me siento como una mota de polvo en el universo, tan pequeña, tan insignificante. Sonrío y prosigo el paseo. No peso nada, soy ágil y libre, en este momento podría volar y llegar hasta tu ventana, tocar en el cristal y sorprenderte. En estas fantasías ando cuando un gato cruza la carretera con destreza, lleva algo en la boca... Dios mío,es un conejito.
Hago ruido con mi boca, agito las manos, pateo el suelo y el gato por fin suelta a la pequeña victima que yace prácticamente inerte, con sus ojos llenos de miedo y sus extremidades agitadas. El gato se ha ido pero él, no sobrevivirá, es tarde para regresar.
Bajando la cuesta un perro ladra y mueve el rabo, está contento. Yo también, de poder vivir los días en toda su extensión.
Por cada vez que la soledad quiere apoderarse de mi espacio y robarme la paz, hay otra en que las palabras, los abrazos, las sonrisas, las confidencias, los deseos y los besos, se apropian de mi interior desterrando de mi morada a la tristeza. Es el cúmulo de sensaciones que se solapan lo que me permite disfrutar de cada minuto.
Cuando se vive en la vorágine, solo al día siguiente te das cuenta de que
ayer no viviste.

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