Llegaste
y me besaste repetidas veces. Tu voz animada dejaba entrever un atisbo de
cansancio físico. En tus pies reconocí la huella del camino ardiente.
La
noche anterior había recorrido alegre nuestros campos, para recolectar
estrellas con el fin de decorar el techo de nuestra alcoba.
Entonces
hoy no hace falta encender la luz, me dijiste en un susurro, cuando
contemplaste el espectáculo.
Enseguida
se escucharon nuestras risas y luego, más tarde nuestra respiración apacible y
acompasada.
Las
estrellas, una a una salieron de puntillas por la ventana para no hacer ruido,
no querían despertarnos.
Mañana
saldré a buscarlas de nuevo, dije acomodándome en tu abrazo.
Uhmmm,
dijiste, adormecido.
Reconozco
ese sonido, pensé, siempre lo hace cuando afirma, incluso en sueños me quiere.
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