Sentada en el borde de la mesa mira a los alumnos que, ajenos a su,
casi, impertinente mirada, garabatean con desidia el folio de examen.
Días antes, lecturas y ejercicios, de refuerzo y ampliación; gráficos y análisis de datos,
esquemas y mapas conceptuales y, sin embargo, ahí están chupando la punta del
bolígrafo como si fuera la piruleta de antaño.
Contra la ventana choca una rama violentamente arrancada de un árbol y
el ventarrón amenazando con quedarse.
Al fondo de la clase hipidos y lágrimas. Angelito, que es frágil de
cuerpo y de espíritu.
En el pasillo ella le pregunta sin querer saber, por no darle
importancia, por no implicarse.
Los padres, que le recriminan,
le chillan y se enfrentan por él, le dicen.
Angelito se siente muy mal. Veredicto, culpable y llora más y sus ojos,
dos grandes faros de color almendra, crecen en todas las direcciones, y casi no
le caben en la cara.
En el interior vuelan las tizas y los aviones, pero no es el viento,
las ventanas están cerradas.
¡Ay, que larga es esta vida! Suspira Angelito y los ojos de ella se
agrandan, y se hacen de agua. ¡El vendaval, que hace estragos!