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miércoles, 18 de marzo de 2015

ENTRAMADO

Sonaba la música como siempre. Alrededor de la mesa, tres cabecitas se asomaban para controlar su movimiento, temían perder su referente, su hilo conductor. Desde la cocina, les habló, para tranquilizarlos. Sus miradas volvieron a las tareas, a los cuentos de la Media Lunita y a los juegos Respiraban tranquilos y a veces constipados.
Volvía  a su lugar al lado de ellos y les tiraba de las manos para que bailaran con ella, para girar juntos, para que  soltaran su cuerpo y se dejaran llevar por la melodía y por la risa, para que erraran el paso y lo recuperaran, para hacerlos fuertes y seguros, para demostrarles que el cuerpo les pertenecía. Ellos, medio tímidos medio entusiasmados movían sus pequeños pies, a veces con soltura, a veces con pereza. Unas veces desganados, otras muertos de risa.

Juntos, giramos y giramos, muchas tardes, infinitas tardes.
El tiempo que todo lo envuelve, ni quita, ni pone. El tiempo no cambia ni altera la percepción de lo que se vive y por encima de todo queda la música. Por encima de  las circunstancias. Por encima de los conflictos. Por encima de la distancia y por encima del orgullo o la soberbia.
La música que permanece en el corazón todo lo puede.
Unidos por esas vivencias y en estrecha comunión hay un punto de reunión que nunca nada matará porque es indestructible, es eterno.
¿Queréis que le demos un nombre?
Amor fraterno.

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