Traduciendo los sentimientos

martes, 9 de marzo de 2010

sensaciones y hechos

Creo que desde la última vez que escribí en el blog, el sol no había vuelto a salir, o al menos, no había vuelto a salir con esa brillantez y ese júbilo expresado en forma de luz y calor. Salí a la calle y pude ver como montones de seres humanos se movían por las calles, deseando ser acariciados por la fuerza del astro rey, observé que muchos niños corrían por los parques y que sus padres, liberados de la tensión que supone tenerlos un día tras otro dentro de la casa, charlaban con los amigos o simplemente caminaban sin reparar en que los chiquillos se tiraban por el suelo húmedo aún después de tantos días de lluvia. Acudí, a ver a un señor entrañable, padre de una amiga de corazón bello, que está ingresado en una residencia para ancianos, noté al entrar allí, la humedad y la tristeza de las personas que se sienten desauciadas y estériles, mi frágil estado de ánimo, se vio sobrepasado por un momento, sin embargo, cuando subí al dormitorio de Pepe, y lo vi sentado allí con su gorra, preparado para la ocasión y charlando sobre su pronta jubilación, cuando vi su cara de sorpresa al darse cuenta de que estaba visitándole uno de sus grandes amigos, al que recordó cuando le hicieron un comentario sobre una higuera que áquel tenía y que él regaba, su cara, que expresaba alegría y sorpresa no disimulada, pensé que realmente, la senectud es el regreso a la niñez, a esa niñez donde no importa expresar tus deseos por más vergonzantes que le parezcan a tus padres, donde cuando te preguntan sobre algo, no disimulas tratando de dar una respuesta que agrade al interlocutor, sino aquella que sinceramente quieres dar. Al irme del cuarto, besé a Pepe y él me dijo que estaba muy guapa, he de añadir que Pepe no ve, así que me alegró mucho oir aquello de su boca porque pensé que esta tarde mi alma era bella y él lo detectaba con ese sexto sentido de las personas que carecen de algunas de sus facultades. Salí, doblé la calle y dos lágrimas vinieron a rodar por mis mejillas.No hacía sol ya, pero coloqué mis gafas de sol sobre mis ojos, al fin y al cabo y aunque soy de lágrima fácil, sólo las personas entre las que me siento muy a gusto y a las que quiero han podido verlas rodar y siempre han sabido tratarlas con cariño.

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