Traduciendo los sentimientos

sábado, 28 de mayo de 2011

MI ARCOIRIS PARTICULAR

Como suele suceder con las cosas buenas de la vida, un día pasan sin que las esperes. El arco iris se extendió por mi cielo, sin llover ni salir el sol. No supe, cuando creé este blog por qué le puse ese nombre pero ahora lo se, lo estaba esperando, al arco iris y llegó.

LATIENDO DENTRO DE UN HUEVO

De un agujerito minúsculo horadado en el extremo de la delicada seda amarilla, salió con las alas replegadas alrededor de su cuerpo, la más tardía en su desarrollo. Aleteaba con fuerza inusitada, como si quisiera escapar a su destino, buscando el contacto con una compañera a quién contar la experiencia de la transformación. Se acercó a unas y otras pero todas estaban empleadas en la faena de la procreación y ella, al cabo de un rato, exhausta en su pertinaz movimiento de vida, se arrinconó y pareció, momentáneamente, aceptar su suerte. Más tarde su quietud se hizo apacible o eso me pareció a mi, al estar unida a otro ser. Por alguna extraña razón me sentí feliz al contemplar el espectáculo, quizá porque lo llevé a mi terreno y sentí de una manera especial la felicidad que otorga el compartir los momentos en pareja. Respetuosamente me alejé, para no perturbar la placidez del momento.
Algunas, las nacidas en primer lugar, empiezan a abandonar la vida en pro de la nueva que vibra en el interior de los huevos que, minuciosa y abundantemente, han dejado sobre las paredes de su habitáculo, sin descanso, sin alimento. Nacieron para tener un intenso y breve contacto entre ellas y dejar luego la vida encapsulada para poder morir satisfechas de haber cumplido el primero y mayor objetivo de sus vidas, la perpetuación de su especie.

miércoles, 25 de mayo de 2011

COLGADOS DE LA LUNA

El cielo está tan despejado hoy que podremos ver la luna sin problema, tiene esa forma de hamaca en la que me gusta mecerte. Primero te quitaré los zapatos, con cariño, dulcemente y te invitaré a que te recuestes sobre ella. Traeré el libro de las hadas ¿recuerdas?... a ver que piense donde lo tengo...Sí, lo traeré y me tumbaré a tu lado, allí donde compruebe que la luz de una estrella permanece, para que la lectura sea amena y sin interrupciones. ¿Te imaginas que fuera una estrella fugaz la que nos iluminase? Yo moviendo el libro de acá para allá para centrar el texto, para no perder la línea y agrupar las sílabas correctamente. Tú riendo ante mi improvisado y forzoso baile de San Vito.
Ahora que lo estoy pensando... no sé si el cielo estará tan luminoso como desearíamos, mira que aquí en la ciudad todo el esplendor del universo se pierde, ya te lo decía cuando te contaba aquella historia de la mujer que balanceaba sus piernas cruzadas, a ritmo de una pieza de jazz inexistente.
Se me ocurre una idea mejor ¡dejemos el libro! deléitame con tu voz armoniosa y sensual, cuéntame en voz baja una historia del pasado, un misterio... ¡lo que quieras! Ocuparé el hueco que me ofreces entre tu pecho y tu brazo derecho, en silencio, con los ojos muy abiertos esperando el desenlace. Bésame en las comas, abrázame en los puntos y a parte. Deténte un momento ahí, justo ahí donde se descubre la trama, para que la piel se adueñe de la vibración que tu voz entusiasmada me transmite envolviéndome en el misterio, no el de la historia que relatas sino en éste de que estando colgados de la luna hayamos alcanzado la plenitud en medio de la noche universal.

domingo, 22 de mayo de 2011

SILENCE

Todo era silencio, sólo el canto de los pájaros llenaba el aire en la tarde cálida de mayo.
Con paso firme se acercó a la pared que había sufrido los daños provocados por la intemperie de otoño. En un bol de zinc, machacaba una piedra gris y dura con insistencia. Por cada golpe seco y rotundo, una espiración. Por cada nueva elevación del mazo en el aire, una inspiración dejaba entrar oxígeno de nuevo. El pantalón azulón mil veces usado y remendado cubría sus piernas hasta los tobillos, las sandalias veraniegas dejaban ver sus uñas, duras y curtidas por el tiempo. Los labios apretados en un gesto de tenacidad frente al pulso diario con la vida y su rostro sereno aparecían enmarcados en un pelo luminosamente blanco.
Una voz que detuvo el canto de los pájaros, paró en seco el mazo y sacó, repentinamente, al hombre de sus pensamientos. La voz le preguntó si quería un helado de turrón. Al principio sus cejas se arquearon y las gafas que hacía tiempo sustituían al cristalino enmarañado por los días de sol, miraron el reloj de pulsera que rodeaba su muñeca curtida por el aire de todas las estaciones, luego asintió con la cabeza y sus ojos sonrieron.
La voz adquirió presencia con la llegada de una mujer afable, de vestido colorido, cuerpo ágil y manos temblorosas. Sus ojos expresivos estaban empequeñecidos por la acción repetida de fijarlos sobre las telas en las que iba dejando huellas y sentimientos en forma de pespuntes y sobrehilados.
Él tomó asiento en el patio, sobre un sillón de sky que debió ser de color crudo en un tiempo y estiró sus piernas cruzando un pie sobre otro, frente a la jaula de los pájaros cantores, frente a la profusión de flores coloridas que rompían el blanco monótono de la pared, impresas sobre vastos lienzos de paño de algodón; su obra más delicada, aquella donde plasmara a menudo sus cantos y la poesía, inquilina eterna de su corazón. Se ajustó las gafas y recibió el manjar con la ilusión del que un día soñó que volaba. Ella satisfecha y sonriente se sentó cerca de él, detrás del umbral que separaba el patio de la estancia principal, en una silla de asiento rojo y listado, con idéntica postura que él, mimetizándose con él. Con la misma fruición se deleitaron como niños que añoran el sabor que no poseía la escarcha tintada de su infancia.
No les hacía falta hablar para decírselo todo.
Sabían que no tenían la llave del tiempo para poder detenerlo y tirarla luego lejos, pero sí tenían la del sosiego que da, según contemplo, la calma del que ya no teme, ni se aferra a lo que es banal y efímero.
Mientras algunas gotas del helado derretido resbalan por sus manos y unos pájaros ensayan su canto de nuevo. El silencio de la plenitud lo llena todo. Sentados frente a frente se miran con la certeza de que ni siquiera el sabor del helado es eterno, tampoco en el recuerdo, por eso saben disfrutarlo plenamente.


22 Mayo 2011

Tres en la carretera - Festival Internacional de Poesía de Granada - 22/05/11 rn3

miércoles, 18 de mayo de 2011

TÚ Y BECKER PERO SOBRE TODO TÚ

Elevé la copa emulando nuestro brindis y me detuvo el color intenso y púrpura del granate que oscilaba con la luz y se hacía inmenso. Humedecí mis labios registrando cada nota de sabor, para imprimirla en tus labios con un beso de frutos rojos y madera de barrica de cuatro años. Con la vista en un punto que atravesaba la atmósfera recorrí todas las instantáneas de nuestra historia, tú sosegado y con sonrisa franca calzándome las alas que me dieras el día que nos reunió el universo. Yo impaciente por probarlas, rodeándote el cuello con mis brazos, deshaciéndome en el agua de tus besos.
Podrá en el sendero del tiempo abrirse la boca de un volcán y arrollarnos en el devastador suceso. Podrá embestirnos un terremoto y cambiar a la tierra su pulso girándola en el sentido inverso. Podrá el sol negarnos su luz de vida y la luna persistir en su cara oculta y su fase nueva. Podrán no atravesar el cielo más estrellas fugaces y llenarse nuestros ojos de lágrimas y ausencia, pero tu y yo tendremos creciendo siempre en el alma una brizna verde, la que tejió la enredadera enamorada, día a día, beso a beso, colmada de semillas engendradas en el devenir de los días mientras caminamos en la misma dicha, mientras nos arrullan los mismos sueños.

lunes, 16 de mayo de 2011

COMO NADA VA BIEN

No es propio de mi y menos aún es propio del estilo de mi blog, pero está todo tan... poco equilibrado. Últimamente he escuchado muchas veces como nos hemos visto inmersos en esta debacle económica, paso a paso, desmenuzado el proceso y es asombroso y repugnante ver como las personas que nos han conducido hasta aquí, siguen levantándose cada mañana más ricas que el día anterior, más ricas y además tranquilas y pisoteando cuanto pueden al que realmente está pagando los platos rotos (entre los que me encuentro)... deseo que la historia de los monos que aprendieron a lavar las patatas dulces en la playa se haga realidad en nosotros para que no sólo sea el centésimo mono el que aprenda de la experiencia.
Sirva hoy este escrito de trampolín a la idea de un compañero (que quizá más de una persona ya la trajinaba en su cabeza) . Votemos, no en blanco, sino en rojo, tarjeta roja a la clase política. Que conste por una vez que el hecho de ir a votar es una expresión de libertad y que cuando se vota en blanco es porque no se quiere nada de lo que hay. Es porque no se quieren hacer eco de esta expresión por lo que... VOTEMOS EN ROJO, con una leyenda escrita:
POR UN SILLÓN/ESCAÑO VACÍO

sábado, 7 de mayo de 2011

EL AISLAMIENTO Y LA TRANSFORMACIÓN

Cómo cada mañana desde que están en la casa, en cuanto me levanto voy a verlos, todos estos días han estado dinámicos y voraces, no había tregua, comían sin parar, alcanzando un tamaño considerable en poco tiempo.
Hoy se movían a cámara lenta y al asomarme no me han "saludado" como otros días, de hecho, uno de ellos estaba en un rincón, meditando, parecía, escudriñando las paredes del grisáceo cartón.
Me he puesto triste, no sé por qué, quizá porque ese ralentizado movimiento implica el paso a otra vida diferente, una vida que será igual de fugaz a la que en este estado han tenido.
A mediodía he insistido a ver si con el manjar fresco, suave y terso se animaban, pero nada ha surtido efecto, he mirado a uno, luego a otro y por último al primero que abandonara la compañía de los demás, éste, ya había tejido a su alrededor un finísimo velo impenetrable, laboriosamente, sin prisa, sin distracciones terrenas.
Ahora, he vuelto sabiendo que no habrá un cambio de actitud, sabiendo que en unos días todos habrán desaparecido dentro de la tupida estructura que con esmero tejen, para no quedarse desnudos a ojos de todos, para vivir su transformación en soledad, para salir después fortalecidos y alados, para entregar su vida en un último vuelo en pareja en beneficio de la perpetuación de su especie.

jueves, 5 de mayo de 2011

EN SUS OJOS

No recuerdo ningún momento de mi infancia en la que no estuviera presente. Cómo había tan poca diferencia de edad entre nosotros, jugábamos juntos todo el tiempo, daba igual que fuese a indios y pistoleros, que a beber agua del grifo simulando que éramos vendedores de leche. Si le reñían me ponía más triste que él y muchas veces lo hicieron, por su afán de hacer ruidos extraños con la boca, sobre todo si era a la hora de comer. Es curioso, raro y bello el hecho de que cuando lo miro siempre veo en sus ojos la mirada infantil de antaño aunque en realidad la imagen que conservo de ese tiempo es un espejo de las fotografías que de vez en cuando extiendo por la mesa, buscando una situación, recordando una circunstancia. Ahí están esas mañanas de domingo de feria en las que sabíamos que traeríamos un cuento nuevo para la colección, de los hermanos Grimm o de Hans Christian Andersen, otras evocan los veranos de reunión familiar, con los tíos que venían desde distintos puntos de la geografía española; en el río durante un baño, en el campo entre margaritas, amapolas, euforbias y paroniquias plateadas... Siempre en el último momento deseábamos que el día no acabara, justo cuando teníamos que regresar. El camino de vuelta a ritmo de Los Diablos, o de Fórmula Quinta... Luego llegó otro tiempo del que hay menos imágenes impresas, pero no por ello menos especial, ahí estaba Hilario Camacho y los Bee Gees, la carrera en moto huyendo de la mirada paterna, el vino con limón de la Plaza de España y las fiestas del día de Nochevieja. Fue por ese tiempo que los estudios nos venían grandes y ajustados, fue por ese tiempo que la distancia creció pero no así los lazos que siempre nos habían unido.
Ahora, con algunas canas y las vivencias en la mochila podemos seguir jugando con la sonrisa, con los silencios.
No hay que echar la vista atrás para buscar nada, todo está intacto.
Fotografías que evocan el recuerdo:
Embalse de García de Sola / Puerto Peña
Coche Seat 850

martes, 3 de mayo de 2011

PIROPOS, SUEÑOS Y CERTEZAS

El mejor piropo:
Llevas la primavera en la sonrisa.
La mejor sensación:
Sentir que el sol se desliza por la piel y que el aire ejerciendo su derecho al revoloteo, se introduce en el pelo y lo eleva para dejarlo caer de nuevo sobre el rostro y el cuello. Sentir que ahí fuera, el cielo está azul brillante y que en cuanto pongas un pie en la calle el espacio y el ruido quedarán confinados y lejanos.
Absorber el olor ambarino del perfume que se adentra en tu cuerpo y evoca el recuerdo mientras en tus oídos se escucha el silencio de la calle soleada, allí, donde un coche rojo cereza brillante estará aparcado un rato más, haciéndote un guiño cómplice.
El mejor regalo:
Saber que efectivamente la primavera está en la sonrisa y sobre todo en cada poro de la piel derrochando el néctar de la flor que en poco tiempo se tornará en jugoso e hidratado fruto.

domingo, 1 de mayo de 2011

El ciclo de la vida (Un homenaje a la MADRE)

Por todas las paredes de aquella caja que olía a piel aparecieron una mañana. En el fondo de la misma las mariposas, de un color poco vistoso yacían inertes sobre el cartón, su existencia había sido tan breve...
La caja quedó olvidada en el desván con las diminutas esferas pegadas y un día, cuando Inés fue a buscar un cesto de mimbre que recordaba haber visto allí abajo, topó con ella. Al verla, la reconoció como aquella caja que contuviera unos zapatos rojos de tacón, los que tantas veces se había puesto a escondidas, porque le gustaba como le quedaban a su madre cuando se enfundaba en el vestido de sirena color aguamarina, fue hacía ella, extrañada de que aún permaneciesen allí aquellos zapatos que tantos recuerdos le traían. Su sorpresa fue grande cuando vio que estaba vacía, se preguntó qué hacía allí entonces la caja. Se detuvo un poco acercándose a la luz de la bombilla de 60 Watios de luz amarillenta y entonces los vio, las paredes de su caja estaban llenas de discos redondeados oscurecidos unos, más claros otros, en ese mismo instante se olvidó de lo que había venido a hacer y subió corriendo las escaleras. Preguntó a su madre que se encontraba inmersa en la tarea de hacer un pastel de hojaldre relleno de una crema de frutas tropicales. Su madre siempre estaba dispuesta a contestar, a complacer aunque últimamente la cabeza le hiciera alguna broma y no la dejara concentrarse lo suficiente cuando más de dos cosas querían apoderarse de su atención. La voz de Inés se escuchó clara interrogando por el contenido de aquella caja, pero ella estaba absorta en el relleno de su pastel y en la melodía que sonaba en la radio, el Adagio que fue tema principal de la película "Anónimo veneciano".
¿La caja? ¿qué caja? dijo para ganar tiempo.
Cuando se la mostró se echó a reír, Inés no comprendió, porque los jóvenes tienen la tendencia a olvidarse de todo aunque sus neuronas funcionen con mas agilidad que las de sus padres.
¿No recuerdas? dijo la madre, son los huevos que pusieron las mariposas, saldrán gusanos de seda.
¿Gusanos? ¡Qué asco! dijo Inés, dejando la caja sobre el suelo, cerca del balcón que se abría a la calle principal y se marchó sin más.
La madre se limpió las manos y tarareando se acercó a la caja, la abrió con ternura y sonrió ante la vista de los huevos a punto de eclosionar, supo en ese instante que además de todas las tareas que ya tenía acababa de adquirir otra, habría que ir a buscar hojas de morera en cuanto esos pequeños naciesen.
Al cabo de un tiempo, observó que Inés se acercaba a la caja para ver como aquellos gusanos de color gris y aspecto blando devoraban las hojas sin descanso.
¿Es que nunca duermen? preguntó.
No creo que puedan ni tengan tiempo, dijo la madre mientras lloraba a la vez que pelaba una cebolla.
Inés nunca trajo una hoja de morera, ni acompañó a su madre a buscarlas, sin embargo, le gustaba sacarlas del frigorífico donde estaban almacenadas para su conservación y echarle hojas nuevas aún sin haber terminado las anteriores. La madre la miraba y hacía un movimiento de cabeza en señal de recriminación. Inés no entendía porqué no podía hacerlo.
Un día dejaron de comer, habían crecido mucho en longitud y grosor y empezaron a expulsar un hilo pegajoso donde poco a poco iban quedando encerrados. La madre pasaba tiempo en la observación de tan laboriosa tarea mientras hacía sus guisos, cosía y escuchaba la música que le permitía soñar cada tarde. Inés iba y venía apresurada, ahora levantaba la tapa, ahora la cerraba de nuevo.
Un día todo quedó sumido en el silencio y la magia llenó las paredes de la caja, hasta ahora vulgares y grises, de capullos sedosos, amarillos unos, blancos otros, suspendidos de la nada.
La tapadera permaneció abierta muchos días porque la madre así lo deseaba, era un prodigio de la naturaleza y un bello milagro lo que allí había sucedido en tan corto espacio de tiempo.
Una tarde en la que Inés había salido con amigos la madre vio como se abría un pequeño agujero en el extremo del capullo, un casi invisible agujero por el que se deslizaba una mariposa empolvada, de alas grisáceas. Emocionada se quedó allí, sin hacer nada, escuchando su música, pendiente del latir dentro de los capullos, una tras otra las mariposas fueron saliendo y uno tras otro recogió los capullos con sumo cuidado.
Mucho tiempo después, un día en que Inés fue a la casa de sus padres y bajó al desván a buscar unas cajas que contenían fotografías de antaño, topó de frente con la caja que sirviera durante años como costurero, no tuvo que hacer muchos esfuerzos para recordar los objetos que solía contener : un huevo de madera para zurcir, hilos de mil colores, agujas de todos los tamaños, un pequeño cojín para pinchar las agujas enhebradas, una bolsa llena de coloridos botones, algunas cremalleras, el metro y unas tijeras de la marca Palmera. La abrió con el deseo de que todo aquello permaneciese intacto, ya el olor le evocaba las tardes en las que, mientras ella divagaba sobre lo que se iba a poner o no para salir y en cómo se iba a peinar, su madre extraía una aguja del canutero y elegía afanosamente un botón que viniese bien con el color de la tela.
Cuando por fin abrió la tapa su perplejidad fue mayúscula, sus ojos se agrandaron tanto que dos lágrimas vinieron a rodar por sus mejillas.
Allí estaba guardado el tesoro de aquellas tardes de primavera, el recuerdo de la vida y la metamorfosis, en forma de pequeños óvalos amarillos y blancos.