Traduciendo los sentimientos

lunes, 28 de septiembre de 2020

A TRAVÉS DE LOS VISILLOS


 Desde esta silla que ocupo cada día, mi trono, podría decirse, y no es que tenga nada de lujoso, sino porque es el lugar en el que despacho todos mis asuntos y recibo todos mis mensajes, que, a veces vienen de lejanos tierras y otras, solo tienen que atravesar un pequeño sendero de piedra, para llegar.

Desde esta silla, decía, puedo ver como a través de los visillos, la vida bulle sobre mis plantas y también puedo escuchar como un niño balbucea sus primeras palabras. A veces, sin querer, asisto a conversaciones a las que no estoy invitada y otras, el silencio más ensordecedor llena la estancia.

Sobre todo, desde esta silla, planeo viajes y sueño nuevas historias y, a menudo, leo y releo los mismas respuestas a las preguntas que me hago.

Desde esta silla tengo una visión amplia de la casa que habito. El pasillo que se abre a las escaleras y un poco más allá, el salón donde a veces como y donde casi nunca miro el televisor. Al lado de donde me hallo ahora mismo sentada en mi trono, está la cocina, lugar en el que me gusta trastear e inventar nuevos platos utilizando una cantidad mínima de ingredientes. Ahí, en mi cocina, siempre menos es más.

Mientras escribo vienen a mi mente otras estancias en las que he habitado, otras sillas que he ocupado, otros tronos que he tenido que dejar por exigencias del guion de la vida. Miro hacía allí, desde mi trono actual y puedo verlo todo, nítido y exacto y comprendo que hablar del mobiliario es una excusa para aproximarme a los seres que me han acompañado en esas otras estancias. Seres amados que han compartido mi vida y que, incluso, a veces, se han sentado por un momento en mi trono, y yo feliz de que eso sucediera.

Con los ojos de la nostalgia, del amor,  abandono por un instante mi silla, mi trono y hago una reverencia imaginaria para agradecer a todos mi paso por la vida, que no hubiera sido la misma si ellos no hubiesen estado. Seres de mi niñez y mi adolescencia. Seres de mi juventud y mi madurez. Seres finitos como yo, humanos como yo, virtuosos como yo y errantes, como yo.

DEVUÉLVEME EL AIRE

 La conocí cantando. A las dos nos gustaba hacer los coros mientras las personas iban a tomar la comunión. Yo ya lo había hecho en otras ocasiones a lo largo de mi vida. Esperaba la hora del ensayo con emoción, entusiasmada y, bajo la atenta mirada de Magdalena, que era muy exigente y no permitía que una nota empobrecida se colase, ni siquiera en los momentos en que, relajadas, jugábamos a afinar las voces. Rosa también estaba siempre conmigo. Formábamos un buen tándem y pasábamos buenos momentos juntas.


Pues bien, esa afición mía de cantar se perpetuó en el tiempo y así fue como conocí a María Teresa. Ella llevaba una vida entera en los coros. Yo, la mitad.

Ella trabajaba con los niños en una escuela religiosa, yo me preparaba para empezar, pero en un centro público.

Ayer, después de diez años, la vi. Jubilada, pero tan vital, risueña y optimista como siempre. Su edad, la del carnet de identidad le dice que es mayor, vieja, incluso. Pero ella no tiene ni idea de lo que eso significa. Yo, tampoco.

No pudimos vernos el viernes porque solo le permiten tener visitas los fines de semana, a ella y a todas las hermanas de su congregación. Pude escuchar su risa, pero no verla, porque la mascarilla apenas dejaba ver sus empequeñecidos ojos. Ella piensa que enfadarse es una tontería que no conduce a nada, que no resuelve nada, aunque sepa a ciencia cierta, y así lo hizo constar, que no podemos fiarnos de los políticos que tenemos y que ya, ni siquiera de los jueces puede uno fiarse. Después, levantó la vista y sentenció, yo solo me fio de él. Y yo asentí, porque creo que es una persona sensata.

No pudimos salir a tomar un café y eso que hay una plaza que tiene una cafetería en cada esquina,  nada más salir de su colegio. Se lo tienen prohibido, por su edad y por su forma de vida, en comunidad.

Se conforma con asomarse a la ventana y con bajar al patio, los fines de semana, porque no hay niños en el colegio. Ella que ha viajado por un sinfín de lugares, en tren, en avión, en autobús... ella que nunca ha visto un obstáculo para ir allá donde la necesitaban.

Al final nos abrazamos, claro, porque era imposible marcharse de allí sin hacer explícito el sentimiento. ¿Cómo puedes separarte de una persona que quizá no veas nunca más?  porque, cuando quieres a alguien, como puedes irte de su lado sin más, como si acabaras de conocerla (ahora, algunos pensarán que precisamente porque la quieres, no querrás que enferme y bla, bla, bla...como si nos hubiéramos convertido en apestados que hay que mantener a distancia)   para ella fue imposible y para mí también. 

Ya en el camino de vuelta pensé en cuántas personas mayores han muerto y mueren solas, y cuantas están abandonadas a su suerte en residencias geriátricas. Algunas, muchas de ellas, con sus capacidades cognitivas intactas. Me pregunto qué harán cuando en la soledad de sus cuartos, las horas pasen a una velocidad inversamente proporcional a la que pasan sus pensamientos. ¿Rezar o maldecir? ¿Buscar un culpable o pensar que lo son ellas? ¿Llorar o resignarse? ¿Dormir o permanecer en vela? ¿Luchar por la vida o abandonarse a la muerte?

He sabido también, que en algunos lugares (no puedo hablar de todos porque lo desconozco) se les ha dado a las familias la posibilidad de ir a recoger a sus mayores para evitar precisamente este exilio, este entierro en vida, y, me han dicho que en un lugar concreto, solo dos familias han respondido positivamente a esta llamada.  El resto, no sabe, no contesta.

Intento entender qué está sucediendo y cada día lo consigo menos, y, a medida que pasa el tiempo veo que hay algo que no encaja y siento que no nos lo están contando todo. Empiezo a sospechar que algo muy turbio se esconde en los cajones de nuestros dirigentes que, para mi, han perdido toda la credibilidad...y, lo malo, es que como decía mi amiga, María Teresa, cuando alzaba los ojos al cielo, parece que por aquí, hoy por hoy, ahora mismo, no hay nadie que me ofrezca garantías.

Me gustaría que les devolvieran la libertad a esas personas, y no me sirve ya la excusa de que son personas en riesgo, por su edad y sus enfermedades previas, porque si ni sus propias familias van a recogerlas a esos centros que se han convertido en trampas mortales ¿No sería mejor que salieran a la calle a mover sus articulaciones, su corazón y su sonrisa para estar motivados y subir así su autoestima y su sistema inmunitario? 

¿No es mejor morir con las botas puestas que vivir preso de imposiciones de dudosa procedencia?


martes, 22 de septiembre de 2020

VOLAR SOBRE TACONES

 

N

 Nadie hubiera creído que en ese espacio de tiempo, pudiera haber vivido tantas situaciones distintas, sin embargo, su sonrisa frente al espejo de la zapatería y sus ojos vivarachos y alegres, decían que, efectivamente, las sensaciones vividas en esos instantes, eran casi imposibles de narrar.

Un día, caminando  por una ciudad colorida que sabía a mar,  se pararon frente a una zapatería y su amado le regaló unos zapatos de tacón. Eran tan bonitos que no pudo resistirse a que se los comprara, aunque su precio, por un momento, la detuvo, pero fue muy poco el tiempo de duda, porque en tan breve lapso de tiempo se vio de múltiples formas con aquellos zapatos que parecían sacados de un cuento. Soñó, con los ojos abiertos, que paseaba por las calles empedradas de ciudades llenas de historia y que se detenía frente a las murallas calibrando su antigüedad, mientras se contoneaba un poco, no para presumir, sino para que los tacones no se clavaran en las juntas, entre los adoquines.

Se vio también en una sala de baile, girando alrededor de un eje que atravesaba su cuerpo desde sus recién estrenados tacones hasta su coronilla. Vio como su falda de amplio vuelo, se agitaba con su movimiento mientras sus pies, incansables, jugaban a emular los pasos de una gran bailarina.

Tuvo otra visión bajando las escaleras de un gran teatro, donde unos asientos en primera fila los esperaba. Se vio sentada al lado de ese hombre que tanto la quería y que insistía constantemente en hacerle una fotografía porque la encontraba bella, se pusiera lo que se pusiera. Señal de que la quería de verdad.

No se los llevó puestos, porque ni su atuendo, ni las calles por las que paseaban, se prestaban a la
situación.

Pasó el tiempo y, un día, al abrir el armario, descubrió en una caja, tapada por otras muchas cajas, que aquellos zapatos que la transportaron a situaciones tan especiales se habían quedado allí, esperando una oportunidad. 

Los cogió como si tuvieran vida, se quedó mirándolos y, sin saber por qué, lloró. Quizá fuera porque interpretó aquella situación como un acto de resignación, ante la evidencia.

Nunca hubo bailes ni ciudades con historia y, ni siquiera hubo escaleras por las que descender hasta las primeras filas del teatro donde su amado le hubiera hecho una foto...fue por eso que, cuando dejó que todas las lágrimas cayeran a voluntad, respiró hondo y se alegró porque aquel hombre que tanto la amaba, al igual que ella, seguía esperando la oportunidad de fotografiarla con aquellos zapatos que dejaron impresa su sonrisa en el espejo de la zapatería. 

domingo, 6 de septiembre de 2020

SIGUEN AQUÍ

 

Muchas personas habrán abandonado sus hogares, sin querer, sin que nadie se lo haya preguntado. Habrán emprendido el viaje más cuestionado y el que menos equipaje exige. Algunas de ellas se habrán ido sin hacer ruido, sin desprenderse de sus botas. Otras, llevarían días luchando sin saber discernir si era mejor partir o quedarse. Otras, habrán entregado su último aliento con resignación y coraje, pero, seguro que todas ellas han llevado a cabo, de la mejor forma que sabían, su cometido en la vida. En el camino hacia esa dimensión desconocida y qué tanto da que hablar, habrán visto o sentido que nada ya obstaculiza sus ansias de volar, sin ataduras, sin control del tiempo, sin obstáculos ni leyes humanas.
Muchas personas, hoy, ayer y siempre, dejan de estar visibles para pasar al mundo de nuestros recuerdos y emociones.
Algunos dicen, siempre estarán vivas en nuestro corazón, yo añado, allá donde estén, que nunca dejen de volar.


ENTRANDO DE PUNTILLAS

 


Se coló otro año por la puerta y lo recibimos con música, como cada día.

Ahora en la casa hay otra luz y otras fotografías y una vocecilla cargada de ilusión invade algunos momentos de nuestra vida.

Otro año y aquí estoy esperando como siempre que esa ola traviesa me llene el pelo de arena, para que tú, con tu paciencia eterna, atesore, uno a uno, los granos de cuarzo que incrustados en mi piel, brillan en la noche sin luna.

Brindaremos por los sueños y escribiremos, sobre la primera página del libro de nuestro futuro inmediato, amor con letras mayúsculas. Amor de nuevo...y un beso eterno.