Traduciendo los sentimientos

domingo, 22 de mayo de 2011

SILENCE

Todo era silencio, sólo el canto de los pájaros llenaba el aire en la tarde cálida de mayo.
Con paso firme se acercó a la pared que había sufrido los daños provocados por la intemperie de otoño. En un bol de zinc, machacaba una piedra gris y dura con insistencia. Por cada golpe seco y rotundo, una espiración. Por cada nueva elevación del mazo en el aire, una inspiración dejaba entrar oxígeno de nuevo. El pantalón azulón mil veces usado y remendado cubría sus piernas hasta los tobillos, las sandalias veraniegas dejaban ver sus uñas, duras y curtidas por el tiempo. Los labios apretados en un gesto de tenacidad frente al pulso diario con la vida y su rostro sereno aparecían enmarcados en un pelo luminosamente blanco.
Una voz que detuvo el canto de los pájaros, paró en seco el mazo y sacó, repentinamente, al hombre de sus pensamientos. La voz le preguntó si quería un helado de turrón. Al principio sus cejas se arquearon y las gafas que hacía tiempo sustituían al cristalino enmarañado por los días de sol, miraron el reloj de pulsera que rodeaba su muñeca curtida por el aire de todas las estaciones, luego asintió con la cabeza y sus ojos sonrieron.
La voz adquirió presencia con la llegada de una mujer afable, de vestido colorido, cuerpo ágil y manos temblorosas. Sus ojos expresivos estaban empequeñecidos por la acción repetida de fijarlos sobre las telas en las que iba dejando huellas y sentimientos en forma de pespuntes y sobrehilados.
Él tomó asiento en el patio, sobre un sillón de sky que debió ser de color crudo en un tiempo y estiró sus piernas cruzando un pie sobre otro, frente a la jaula de los pájaros cantores, frente a la profusión de flores coloridas que rompían el blanco monótono de la pared, impresas sobre vastos lienzos de paño de algodón; su obra más delicada, aquella donde plasmara a menudo sus cantos y la poesía, inquilina eterna de su corazón. Se ajustó las gafas y recibió el manjar con la ilusión del que un día soñó que volaba. Ella satisfecha y sonriente se sentó cerca de él, detrás del umbral que separaba el patio de la estancia principal, en una silla de asiento rojo y listado, con idéntica postura que él, mimetizándose con él. Con la misma fruición se deleitaron como niños que añoran el sabor que no poseía la escarcha tintada de su infancia.
No les hacía falta hablar para decírselo todo.
Sabían que no tenían la llave del tiempo para poder detenerlo y tirarla luego lejos, pero sí tenían la del sosiego que da, según contemplo, la calma del que ya no teme, ni se aferra a lo que es banal y efímero.
Mientras algunas gotas del helado derretido resbalan por sus manos y unos pájaros ensayan su canto de nuevo. El silencio de la plenitud lo llena todo. Sentados frente a frente se miran con la certeza de que ni siquiera el sabor del helado es eterno, tampoco en el recuerdo, por eso saben disfrutarlo plenamente.


22 Mayo 2011

Tres en la carretera - Festival Internacional de Poesía de Granada - 22/05/11 rn3

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ya decia yo que las fotos de esos cuadros me sonaban... :D

Como siempre, me encanta todo lo que escribes.

Mil besitos. Carmen.