Traduciendo los sentimientos

lunes, 25 de febrero de 2013

ESCALERA DE VIDA


El intrépido ingeniero tuvo un sueño inquieto esa noche: se perdía por una escalera  cuyos peldaños, señalados con una letra mayúscula,  se desmoronaban uno a uno, él se aferraba fuertemente a la barandilla, mientras una suerte de tijeras de todos los tamaños se entrecruzaban cortando el fino cordón que lo conducía a tierra firme. Hombres con batas blancas y ratones calvos huían en una carrera alocada para caer al final en un agujero oscuro, allí y en jaulas con barrotes de distintos grosores  se encontraban las bestias más indescriptibles y terroríficas.
No eran las cinco de la mañana cuando decidió levantarse. Sabía el porqué de sus sueños. La inquietud por mostrar su experimento le tenía alterado desde hacía varios días. No obstante, aparentó la calma más absoluta cuando al introducir en la puerta su tarjeta de identificación se encontró con las personas que se encargarían de evaluar los resultados de su experiencia.
Aquel gato al que había introducido genes humanos para que pudiera desarrollar dedos en lugar de pezuñas fue instruido a base de dura disciplina en el manejo de un pequeño piano hecho a  medida.
Un educador de animales experimentado y audaz había aceptado el reto.
Después de muchos ensayos,  de castigos y recompensas, el animal aprendió a tocar una pieza sencilla y de tono alegre.
Los evaluadores se miraban escépticos mientras observaban minuciosamente aquel minúsculo piano situado en el medio de una sala, luego se apagaron todas las luces, y un foco amarillento hizo blanco en el cuerpo de un gato grisáceo, que acompañado por su educador y a una señal de este comenzó una ejecución impecable.
Era increíble ver aquella mano sobresaliendo de una pata peluda, manos de largos dedos, de piel rosada y uñas perfectamente cuidadas.
El educador gozaba sintiéndose el artífice de semejante maravilla y el científico mutador de genes no cabía en sí de gozo disfrutando las mieles del éxito.
Las notas se elevaban en la atmósfera del salón y era tanto el entusiasmo de aquel animal que se olvidaron de que lo era.
Cuando más embelesados estaban  el gato detuvo en seco su actuación, husmeó el aire con sus vibrisas y se subió encima del piano. Todos contuvieron el aliento esperando la reacción felina.
A la vez que el gato saltaba hacia una cortina de cretona, el estruendo de una explosión sonó tan cerca que hizo a todos taparse los oídos, inmediatamente después el suelo empezó a ceder bajo sus pies. Un terremoto de intensidad 9 en la escala Richter trazó zanjas y grietas de todas las profundidades. La pirueta en el aire no le valió al gato para huir. Con sus manos humanas ejecutó una pieza musical pero no  pudo engancharse con sus uñas a la vida.
Su instinto animal no modificado le había hecho percibir el desastre. Sus manos de piel mutada  le condujeron a compartir un destino fatal el hombre que había cambiado su naturaleza.
Nadie sobrevivió para contarlo en primera persona, el suceso pasó a la posteridad como una leyenda urbana en la que se hablaba de un gato con instinto animal y manos de hombre ambicioso.

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