Traduciendo los sentimientos

jueves, 1 de octubre de 2015

OCTUBRE



Ahí estaba el mar, imponente, inmenso, grandioso y azul. Ahí estaba y me dijo, cuando se acercó hasta mis pies, que me estaba esperando.
De haberlo sabido antes hubiera corrido a su lado en vez de quedarme cada tarde sentada detrás de la ventana viendo como las hojas se despiden de la vida mientras el viento ululante llena de inquietud mi corazón.
Con una caricia plena de sal se unió a mis lágrimas y las deshizo en su abismo.
No llores, me dijo, no estés triste, mírame a mí que cada día vuelvo a la orilla buscando una roca que me acoja y a veces tengo que irme sin encontrarla.
Elevé mis ojos y vi como la línea del mar se confundía con el horizonte, tan inaccesible a veces y tan cercano otras.
Como la vida que nos trae y nos lleva a su antojo, así el mar se despidió. Poco a poco lo vi alejarse de la orilla, pero en una última envestida salpicó mi rostro y me hizo reír.
Volveré mañana, susurré.

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