Traduciendo los sentimientos

miércoles, 9 de enero de 2013

SIN PRESENTE

Se empeñó en tejer su futuro y se le olvidó vivir el presente.
La idea de engendrar y parir tomó tanta fuerza en su mente que se adueñó del resto de sus pensamientos absorbiéndolos, modificándolos, invalidándolos.
Muchos hombres quisieron caminar en su dirección pero en ninguno encontró al príncipe de su cuento. Cegada como estaba en la contemplación de su niño de mentira, retornó a su infancia y se volvió caprichosa  y hermética.
El reloj de la vida utilizó sus mejores armas para tomarla presa: la hipnotizó arrullándola con su voz que le recordaba que los segundos jugaban en campo contrario. La enfrentó con el espejo, mostrándole cada arruga y cada cana, cada mancha en la piel y cada ausencia de luz en sus ojos. Le recordó lo efímero de la belleza y la bombardeó con imágenes de madres sonrientes sobre fondo de parque infantil y sonido de triciclos y balones.
Se dirigió a la pequeña mesa que completaba el conjunto de muebles recién adquiridos y cogió con decisión el teléfono. Sólo habló ella. No aceptaría el castillo que él le ofrecía si no quería escuchar en su jardín gorjeos de bebé.
Abandonó el teléfono sobre la mesa y cogiendo su bolso y su abrigo salió de la casa. La esperanza es lo último que hay que perder, se dijo.
Antes de que el ascensor llegara, retornó a su casa y lloró amargamente. Su rostro se cubrió de rimmel azul y su corazón se arrugó aún más que las comisuras de sus labios.

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