Me pregunté también en ese momento qué provoca la motivación, porque un día te sientas y no te sale una sola palabra y sin embargo otro, los dedos se mueven tan deprisa que aparecen sobre el fondo blanco, letras que no deseas, sólo porque derramas tu impaciencia sobre el teclado, porque quieres descargar lo que está dentro de ti, ubicado no se sabe dónde. Qué resorte es el que detiene el manantial y cual el que lo impulsa a fluir hasta vaciarte. Cuánto misterio en el interior cuando en realidad sólo somos moléculas que fluctúan inmersas en agua salada, las mismas que forman cualquier otro cuerpo inerte combinadas de otro modo, esa es la única diferencia. Corrientes eléctricas que nos recorren a saltos de parte a parte. Comunicación, esa es la clave, es lo que distingue lo vivo de lo inerte: los puentes establecidos, los enlaces, la comunicación, el trabajo en equipo, la especialización.
No tiene que ver con la edad, ni con el sexo, ni siquiera con el estado de ánimo. No tiene que ver con la luz ni con la oscuridad, con la quietud ni con el movimiento, tampoco con la estación del año ni con la hora del día. Da igual si eres de hábitos nocturnos o diurnos, si necesitas un café o no para estar despierta, que hayas comido o que no tengas que llevarte a la boca, si eres pobre o nadas en la abundancia.
Un día te sientas y de pronto y sin pedirte permiso los dedos se mueven y de forma sorprendente lo que queda escrito tiene sentido. Lo lees luego y de todo el texto reconoces sólo parte, otra se ha entretejido sola y comprendes que eres el vehículo de transmisión de las ideas que las moléculas hidratadas han creado.