Sentada frente a la ventana miraba pasar el viento por entre las hojas de los árboles, más que mecerlas se diría que estaba enfadado con ellas porque las zarandeaba de tal modo que las hacía caer al suelo llenando la calle de un inconfundible color a otoño, sin embargo, era invierno asi que las pocas hojas que quedaban colgando de las ramas se encontraban bastante cansadas de soportar tanto vaiven. A la siguiente ráfaga, no opusieron resistencia y convencidas de que había llegado el fin de su existencia volaron aún un rato más por encima de los niños que jugaban en el parque, acariciando con ternura sus rostros en la caída.
Cuando llegaron al suelo notaron que algo mullido las recibía, eran sus amigas, las hojas que habían caído anteriormente, con el color demudado.
No se dijeron nada, se agruparon para acompañarse, pero el viento incansable las llevaba de un lado a otro arremolinándolas aquí y allá sin piedad.
De pronto sintieron unas risas y luego unos angustiosos apretones contra el suelo. Se asustaron tanto que cerraron los ojos abandonandose a su irremediable extinción, en el colmo de su autocompasión no pudieron ver que los niños jugaban con sus cuerpos, se acostaban sobre ellas y luego las tiraban por el aire felices.
No hay comentarios:
Publicar un comentario