Después de pensar un rato en ello concluí que era una tontería perder el tiempo con eso y seguí inmersa en mis tareas.
Esa noche tuve un sueño:
Una vaca mordía mi mano y me retenía, en estas estaba cuando llegó el hombre de rostro amado y me liberó de la prisión de sus dientes herbívoros, luego caminamos uno al lado del otro, en silencio. El camino era llano y el mar se divisaba a lo lejos infinitamente extenso y en calma, sólo en un lugar las olas encrespadas chocaban insistentemente contra una roca que, lejos de aparecer redondeada por la fricción, se alzaba hiriente y escarpada, recortando el azul espumoso.
Emulando al sabio exclamé ¡EUREKA! ahora lo sé, el abismo es golpear una y mil veces la misma roca, volver una y otra vez al mismo pensamiento, horadar la mente con ideas vanas y carentes de vida. No sé porque dijo esa frase, concluí, pero no se refería a mí. Hay ideas felices, nuevas inquietudes y muchos sentimientos en la mía. No hay abismos, no hay vacíos.
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