Traduciendo los sentimientos

martes, 1 de noviembre de 2011

FLORES FRUTALES, FRUTAS FLORALES

Al despertarse, la neblina que produce la tristeza estaba instalada en sus ojos grises. Se incorporó y sentándose en la cama se quedó mirando absorta hacia la ventana. Los rayos de sol coloreaban de ámbar las paredes al atravesar los visillos y unos pájaros madrugadores revoloteaban alrededor de un pino. Buscó a tientas las zapatillas y sólo encontró unas impersonales chanclas veraniegas. El frío había llegado de pronto sorprendiéndola con una camiseta de tirantes que le cubría apenas los muslos, por lo que los frotó con energía para recuperar el calor, tiró luego de la sábana y tapó sus hombros desnudos. Por un momento pensó en volver a meterse en la cama, pero fue eso, un momento lo que duró esa idea en su mente, era una mujer vital y a pesar de las nubes que sobrevolaban su cabeza no quería rendirse, no había motivos para estar triste ni preocupada...cansancio vulgar nada más.
Con la energía robada a su voluntad, se puso en pie de un salto y casi corrió por el pasillo. Iba a buscar algo de ropa con la que cubrir su piel veraniega cuando al pasar por la cocina la sorprendió un sobrenatural espectáculo: sobre la mesa, abandonando los cestos de fruta, rodaban en dirección desconocida, limones, caquis, granadas, dátiles, peras, ciruelas y kiwis, se situaron, con orden establecido, en lugares estratégicos componiendo un cuadro vivo de flores frutales.
Sus ojos de un gris con chirivitas verdosas se agazaparon en un rincón para no ser vistos y su cuerpo olvidando el frío, se encogió hasta ovillarse para ocupar un mínimo espacio donde ser espectadora de primera clase. Media hora más tarde, el collage estaba terminado, los cestos vacíos y las frutas combinadas.
Lo único que se le ocurrió en aquel momento fue colaborar así que abriendo el frigorífico, sacó unas finas y redondas judías verdes que cambiando de nombre se convirtieron en pedúnculos florales.
Cuando volvió a la cocina para plasmar las imágenes en su cámara, el gris de sus ojos estaba exento de niebla y su piel había recobrado el calor del verano, sin embargo, ahora se presentaba el mayor dilema ¿cómo acabar en el desayuno con aquella exquisita estampa?

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