Traduciendo los sentimientos

jueves, 10 de noviembre de 2011

SIEMPRE EN LA LUNA





Salí a hurtadillas de la sala atiborrada de personas que no tenían ningún interés por lo que allí se decía. Yo tampoco. En un momento en que todos estaban enfrascados en sus pensamientos, abrí la puerta trasera y baje de puntillas las escaleras. Escuché voces que se acercaban y tomé el pasillo que se abría a mi derecha. Encontrar la salida fue una aventura que mereció la pena cuando por fin vi la verja que comunicaba con la calle. Quedaba comprobar aún si no estaba cerrada con llave. Con paso presuroso y firmeza en la decisión tiré del pestillo y la puerta no opuso resistencia, respiré hondo y al doblar la esquina encontré a unos pocos que habían abandonado antes que yo el recinto, ahí encubiertos bajo un árbol fumaban como si les fuera la vida en ello. Pasé por su lado pero todos fingimos no vernos y seguí caminando en la dirección que me indicaba la luna, preciosa y llena hasta el extremo de dolerse. Allí estabas, sobre una nube de tintes otoñales, anunciando la puesta de largo del atardecer. No pude ya disimular mi impaciencia por reunirme contigo en una estrella y aceleré el paso, el golpe seco del tacón sobre el asfalto resultaba molesto en aquel ambiente silencioso. Te hice un gesto con la mano para que me esperaras y al descalzarme vi el brillo del lucero en mis pies que, impregnados por la magia de la luz, se elevaron. Al principio tuve miedo y con la respiración entrecortada te miré buscando el apoyo de tus ojos y los encontré, mirándome, sonrientes. Pronunciaste una palabra que no pude escuchar pero la calidez del vocablo me envolvió en un halo ligero y enredándose en mi cuerpo me elevó hasta la nube en la que me esperabas. Allí nos quedamos de pie, riendo con los brazos extendidos, queriendo tocar la luna. Tanto lo deseamos que ella tuvo a bien acercarse para que pudiéramos saltar hasta su superficie. Agitados por la emoción no calculamos el salto y de entre todos los cráteres que presentaba, fuimos a caer en el más mullido.Nuestros cuerpos rodaron y la carcajada se tornó ternura y deseo. La luna, cómplice, meció nuestro amor durante una eternidad, que para eso en el espacio no existen los segundos y el sabor de los besos, en años luz, es inagotable.





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