Traduciendo los sentimientos

jueves, 25 de octubre de 2012

MADRE AFORTUNADA


Al verla correr por la calle no pude sino lamentarme por no haberme dado cuenta de que íbamos en la misma dirección, podría haberle ahorrado la carrera y el chapuzón.  
Miró el reloj agitada y salió del despacho como una flecha. La esperaban en el almacén. La hora de permiso le había venido justa y corría por la acera sin paraguas. Entrecerró sus ojos en un acto reflejo para impedir que la lluvia los mojara. Recogió su pelo en una coleta sin brillo y dejó que las gotas corrieran por su piel, avejentada por las horas interminables de sol semidesértico. 
Su cuerpo se movía con avidez mientras su pensamiento se detenía en su casa, enredándose en sus hijos. 
En el cruce se cruzaron nuestras miradas.
Esbozó una sonrisa al reconocerme. Alcé mi mano en señal de saludo. 
Dios se lo pague, me dijo minutos antes, cuando el tiempo se agotaba y yo le ofrecía mi ayuda para con su hijo.
Me detuve, delante del semáforo en rojo, a pensar en cuántas madres habría dentro de aquel almacén y en cuántos hijos estarían solos en la casa esperando su regreso. 
La luz cambió a verde y me puse en marcha. 
Me sentí afortunada por haber podido vivir cada tarde con mis hijos y disfrutar hasta la extenuación de su compañía.

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