Lucía un sol tímido agazapado tras las nubes. Los fresnos vestidos de ocres, naranjas y amarillos recortaban el algodón grisáceo del cielo.
Me pregunté varias veces en el camino cómo habíamos llegado a este lugar, me lo pregunté porque me gusta recordarlo.
Muchos de los letreros indicadores apuntaban hacia sitios que nos ayudaron a crecer en el amor. Todos tienen un color especial y ninguno se parece al otro. Todos tienen un sonido y una caricia.
¿Hay tantas caricias? las hay.
Inmersa en estos pensamientos y vivencias atravesé los últimos kilómetros, esos en los que se termina la autovía y la carretera se asemeja a los meandros de un río. Aquellos en los que hay que quitar el pie del acelerador y ponerlo con pericia en el freno. Allí donde la primavera se tiñe de rosa almendrado.
Llegué a casa y sentí la nostalgia de los que dejé atrás y la alegría de estar en nuestra casa. Abrí la puerta y puse música, para escucharte entre sus notas, para bailar entre tus brazos. Justo entonces llegaste y me colmaste de caricias.
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