Le producía intriga el devenir de la mujer por el caminito de tierra, tan arregladita, con su medalla, sus zarzillos de oro en las orejas y su pelo bien atusado. No era la curiosidad o el cotilleo una característica arraigada en ella pero realmente, este hecho la intrigaba.
Una tarde se aventuró a seguir a al mujer. Llevaba sus auriculares bien ajustados, para que la señora pensará que iba en lo suyo, escuchando su música y ciertamente que la escuchaba pero lo que no quería era perderla ni un momento de vista.
Al cabo de un rato y como era lo esperado, tomaron el camino de tierra que dejaba ver una señal de fin de término municipal y una delante y otra detrás caminaron levantando el polvo y haciendo huir a los saltamontes. Una legión de escarabajos les hacían de guardaespaldas.
Nunca antes había caminado por aquel sendero y le pareció interminable el paseo. En el trayecto pudo percatarse que muchas personas lo frecuentaban: matrimonios de edad avanzada, amigas que caminaban a paso ligero para no acumular el excedente en las caderas y hombres en bicicleta. Parece que la aventura no iba a serlo tanto.
Detrás de un recodo del camino, un gran edificio se asomó rompiendo la linealidad del paisaje. La señora abrió una gran cancela y entró, en el patio cuajado de verde, otra más anciana agitó con energía sus brazos. Era una residencia de mayores a donde iba cada tarde arreglada como si fuera de fiesta. Su amiga de pelo gris y columna encogida la esperaba.
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