Traduciendo los sentimientos

domingo, 19 de julio de 2020

LEÓN



El azul del cielo, hiriente y rotundo, anunciaba un nuevo día marcado por las altas temperaturas. León se sentó en el banco del parque, el de siempre, y esperó a que alguien le echara unas monedas. Tal y como estaba el día, sabía que la mañana transcurriría lentamente, demasiado despacio, tal vez. Recordó aquel tiempo en que siendo niño, disfrutaba de los polos de hielo, como si fuera el mayor de los tesoros. Ahora solo tenía ganas de morirse. El hambre, la sed y el calor asfixiante, eran malos compañeros para tener ilusiones.
Cansado de mirar sin ver una solución para su vida, cerró los ojos y después de unos segundos, se sintió como en un oasis. Una mujer desplegaba toda su magia para reconfortar a León. Una multitud de paraguas coloridos dieron sombra a su cansado cuerpo y los pequeños agujeros de las varillas, como difusores, refrescaron su garganta y su piel.
León abrió los ojos y en ella reconoció a la chica que le vendía los polos de hielo cuando solo era un niño. Recordó en un instante que a aquella joven se la había llevado la muerte porque, según le contaron, se había enamorado de ella.
León supo que iría, como un lazarillo, detrás de sus paraguas, de su sombra, de sus ojos y del agua que siempre le había dado la vida.

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