Bien pues como "cuando hay que ir, se va" bajé las escaleras y emprendí el camino. Me llamó poderosamente la atención el hecho de ver como en poco tiempo algunos negocios han cerrado y en su lugar han aparecido otros, pero me llama más la atención que en un pequeño radio, todos los nuevos negocios están regentados por chinos: Supermercados, bazares, zapaterías, y hasta bares con tapas típicas andaluzas. Que sí señores y señoras, que sí, que los caracoles y las cabrillas tienen ahora sabor a bambú y setas chinas.
Ahora viene la segunda parte:
¿Por qué además de llamarme la atención me sobrecoge un poco el panorama?
Bueno, habrá que sentarse y reflexionar.
¡Lo tengo, lo tengo!
No es la invasión amarilla en sí misma la responsable de mi inquietud, he explorado mi mente y he podido ver que acompañando a esos cierres y nuevas aperturas van las pintadas grotescas (graffitis de pésimo gusto) en los muros colindantes y es ese entorno el que me inquieta, me ha hecho recordar aquellas películas que veía cuando tenía dieciocho años, aquellas que sólo eran películas donde las calles estaban vacías, los jóvenes formaban bandas (a cual más borde y "justiciera") donde las bocas de metro aparecían mal iluminadas, calles desoladas por donde circulaba un transeúnte de cuando en vez, las que daban protagonismo a la violencia gratuita, los negocios cerrados, la soledad y tenebrosidad de una noche incierta y, en fin, la desolación más absoluta.
Antes de llegar a casa, encontré a una amiga que venía del gimnasio, una mujer llena de energía y positividad donde las haya, hicimos juntas el último trayecto de modo que cuando abrí la puerta de casa la inquietud había desaparecido de mi rostro, pero ahora me digo, si estoy aquí escribiendo sobre ello... quizá no se fue del todo.
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