Ven y agítame para ver cómo
va resbalando la arena por mi cuerpo. Vuélveme del revés si ves que el último
grano de cuarzo va a caer, no dejes que suceda. Te besaré mientras resucitamos
en un espasmo de vértigo.
Sellaremos los oídos a
las campanadas del reloj de la torre, para confundir los atardeceres con las
madrugadas. Construiremos una figura impaciente de caballo de ajedrez para
desconcertar al calendario.
No habrá horas que
contengan minutos, ni minutos que contengan segundos. No habrá décimas ni
fracciones ínfimas de tiempo alguno.
No dejes que ocurra, que
nunca caiga el último cuarzo.
Vuélveme del revés y abrázame mientras me acaricias con la música
de todos los mundos, gira conmigo y bésame la boca risueña, porque
desde que soy tu reloj de arena, tengo cosquillas en el ombligo.
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