Sentados frente a frente mirábamos el horizonte que se extendía ante
nuestros ojos. Con los pies sobre la arena trazamos planes infinitos, sin
hablar. El sonido de las olas se tragó
de un golpe los suspiros y el cielo selló nuestros labios con un destello
dorado.
Si me hubieras preguntado en ese momento qué pasaba por mi cabeza, no
hubiera sabido decírtelo, tantos sentimientos que se agolpan que es imposible
encontrar el cabo de dónde tirar para desenmarañarlos. Si te hubiera preguntado qué pasaba por tu
cabeza, me hubieras dicho cuánto me quieres. Lo leí en tus ojos, cuando
apartándolos de la arena los dejaste mecerse en el agua de los míos.
Sentados frente a frente, el horizonte es tan inmenso que podríamos
navegar eternamente sin pasar dos veces por el mismo lugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario